Cuántas veces hemos visto que cada tanto los medios nacionales publican noticias que hasta parecen surrealistas; pueblos españoles, sobre todo italianos que venden viviendas que se encuentran con deterioro por el paso de los años en pueblos abandonados (fantasmas), viviendas ofrecidas por un euro, desafiando aquellos que quieran tomar un rumbo distinto. La propuesta siempre busca repoblar y de esta forma generar nuevos ingresos que pueden venir del turismo. Argentina no escapa a la idiosincrasia que ha dejado centenares de pueblos olvidados en el mapa. Si bien en nuestro país, no hay ofertas tan tentadoras como una casa por un euro. Al costado de las principales rutas como la arteria de un gigante dormido, se encuentran cada tanto calles asfaltadas que parecen conducir a la nada misma. Basta con ser curiosos para adentrarnos a otra dimensión y encontrarnos con parajes, estaciones de tren corroídas por el paso del tiempo y pequeños pueblos que resisten por la fuerza de un puñado de pobladores que se sienten arraigados a la historia de ese lugar, su lugar en el mundo.
Dentro de esos pueblos se huele el aroma a campo, también olores a comidas que por circunstancias de una vida acelerada, quedan olvidadas en los recuerdos. Pero ahí están las mujeres que con sus manos y sus ollas resisten cualquier paso del tiempo. Ahí están los hombres que trabajan el campo con sus manos curtidas y forman parte de la soberanía rural envuelta de su cultura. Con las pulperías que aparecen como un oasis en alguna esquina de paredes de ladrillos de barro, con sus mosaicos percudidos y descoloridos, sus mesas de madera gastadas de tantos brazos fregando la madera que parece pulida, sus estantes con botellas de diferentes licores, el vermú que se vuelve espirituoso para las tardes cuando cae el sol detrás del horizonte. También están las escuelas con menos de una docena de alumnos y maestras que recorren kilómetros para llevar su enseñanza Las sociedades de fomento, que casi no tienen socios y aguantan, como aguantan las bibliotecas populares y museos que son guardianes del pedazo de historia del pueblo.
No hace falta siquiera salir de la provincia de Buenos aires para encontrarnos con esta realidad. A poco más de 50 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y a la orilla de la ruta provincial 29, con un tímido cartel que podría pasar desapercibido para un distraído, anuncia la entrada al paraje Alegre. Por medio de 4 kilómetros de una delgada calle de asfalto que muere sobre las viejas vías del tren. Se llega a un pueblo desolado donde por la burocracia política de los 90 y por la burocracia de los gobiernos posteriores, la vías se han convertido en un pedazo de historia que en el brillo del sol resisten y piden a gritos no ser olvidadas. Justo ahí y entre cardos y pastizales que pasan en estatura a cualquier persona de mediana estatura y entre sombras de una vieja arboleda, cruzando un alambre de campo se ingresa a la vieja estación de trenes, con el andén casi al ras del suelo, sus techos casi desvencijados, el viejo salón de espera con sus vidrios rotos, el aljibe que juega a las escondidas, los baños de estación con inodoros que hablan de otra época y el viejo cartel despintado que le da nombre al lugar, resiste la identidad y eso ya es mucho.
Alegre se convierte en una visita para un puñado de pocos que buscan encontrarse con el pasado y hacer una selfie en el viejo edificio de la estación. Ciclistas que trazan rutas de aventura entre rieles y durmientes. El paraje se completa con campos abandonados donde los pastizales reinan, entre otros donde la soja manda. Cada tanto un camión de carga rompe el silencio levantando polvareda. El resto del pueblo se completa con un club deportivo de fines del 40 con las puertas cerradas que cada tanto abre para los pocos integrantes de la comisión directiva que ninguno vive en los alrededores y una escuela con una maestra y una directora que además tiene el cargo de portera con 7 alumnos que vienen atravesando calles de tierra zanjadas para aprender. Los días de lluvia, el alumnado tiene mas que asistencia perfecta, se agranda, porque reciben a los que no pueden ir al otro colegio rural que está metido en el corazón del campo en zona que se empantana.
Por las espaldas de la estación se encuentra un pequeño destacamento policial con un cementerio de autos secuestrados, y en la otra punta, una esquina antigua pintada de blanco y verde, que según la oficial que nos atendió en su momento, dentro se oculta como un gran tesoro, lo que sería la vieja pulpería del pueblo.
Alegre pertenece a la Localidad de General Paz, que tiene como pueblo cabecera a Ranchos, otro pueblo que si bien cuenta con un presente, no deja de ser un lugar para ser visitado, sobre todo, para los que escapamos, cada vez que podemos, de la ciudad, con costumbres que nos resultan ajenas y hasta asombrosas. En su plaza principal, en un puesto, la juventud se reúne y en vez de alcohol, el negocio provee un mate, un termo, azucarera y yerbera.