Corrí hasta donde me dieron las patas, no me siento a salvo en ninguna parte, hay yutas por todos lados. Me siento acorralado en el frío pasillo de esta pocilga que hacía tiempo que no pisaba. Ni siquiera el barrio que cambió mucho desde entonces. No están las mismas viejas gordas que todas las mañanas salían con el pretexto de barrer la vereda y el cordón de la calle para chusmear y enterarse de las últimas novedades; Si la mujer del ferretero sigue cogiendo con el verdulero. Si el nieto Mayor de Antonia salió de la cárcel y ahora anda pregonando Dios en voz alta mientras vende facturas arriba del colectivo con un canasto. Si mi amigo de la infancia, con el que hice el jardín de infantes se rescató después de meses internado en la granja. ¿Dónde quedaron todos ellos?, ¿se murieron?¿piantaron para otro lado?. No hay más juntas en las esquinas, eso sí que era lindo cuando nos juntabamos con los pibes, hacíamos una vaca, comprabamos birra o algunos vinos y amanecíamos en la esquina de la vieja Otilia que como era sorda, no le jodía o no se daba cuenta que estábamos en la puerta de su casa. Metíamos música con los celulares, fumábamos, nos cagabamos de risa. 

Me acuerdo de chacho el remisero, usaba patillas como Sandro, en su fiat duna grisáceo, sabía dónde iba cada uno del barrio. Varias veces me ha llevado a comprar paraguayo prensado. El chavon re buena onda, me bancaba o daba vuelta en la esquina esperando que le haga señas. La tenía clara, manejaba códigos. Varias veces le quedé fiando los viajes porque me quedaba corto de guita, pero sabía comprenderme. Varias veces le hice obsequios, Stereos, llantas nuevas para la nave, una vez hasta un volante le traje. Como pudo terminar así. Unos pibes nuevos lo apretaron en el semáforo, estaban tan puestos que no lo reconocieron, de un culatazo en la nuca le arrebataron la billetera y el mas pendejo, trece años, le metió dos balas en el pecho. A ese hijo de puta había que haberlo matado. Decí que yo me enteré tarde, porque sino me lo cargaba.

Este barrio es el de mi abuela, pero acá pasé toda mi infancia hasta mis primeros años de adolescente hasta que mi abuelo se cansó de mí y de una patada en el culo me puso en la calle. Fui bastante nómade, un tiempo acá, otro por allá. Y eso me hizo conocer mucha gente. A unas cuadras tuve mi primer laburo en una pollería. No me olvido más, ganaba miseria, duré tres meses, trabajaba diez horas de lunes a sábado y el sueldo se me iba en el primer fin de semana.

Cuando conocí al Chuky, le decíamos así por hijo de puta  petiso y colorado como el muñeco. Mi vida cambió por completo. Una noche sentados en el cordón de la calle, armó un faso, que de a secas re tranqui fuimos consumiendo entre sorbos de tetra, tarareamos canciones, hablamos de chicas, de sueños, por ese entonces quería tener un buen cochazo y una terrible mansión. Nos reíamos de todo. estabamos re piola cuando en un momento cayeron tres y nos empezaron a manotear. Yo no entendía nada, mi amigo se paró lo empujó de una, haciendolo retroceder dos pasos e inmediatamente se agarraron a las trompadas. En ese momento uno de los otros me empezó a cagar a patadas. Me dejó tirado en el suelo. Con los brazos me tapaba la cabeza, pero el Chuky le dio un golpe detrás de la nunca, me ayudó a pararme y ahí casi espalda con espalda le dimos para que tengan a los wachines, a uno le arrancamos el piercing que tenía en la ceja, no sabés cómo gritaba el maricón, el segundo salió corriendo y el tercero medio abombado de los golpes se fue caminando agarrándose la cabeza con la nariz jugosa en sangre. En ese momento nos percatamos que a uno de ellos se le había caído un jumbo, el Chucky lo agarró mientras se refregaba la nariz en la manga del buzo y se cagaba de risa. Me dijo; esta es nuestra ahora, venite conmigo, y así fue. Nos fuimos para la avenida y empezamos a encañonar. Esa noche nos hicimos de unos cuantos celulares y guita en efectivo. La vimos fácil, repartimos miti y miti. Yo compré algunas flores al transa y el resto se lo llevé a mi vieja, hacía como ocho meses que no paraba en casa, le llevé efectivo, para que le diera algo de morfar a mis hermanos. En mi casa si que a veces no había que morfar. Mi viejo nos dejó una noche cuando mi hermano el menor tenía meses. Pasamo’ miseria. Por eso yo me fui con mi abuela porque mi vieja no me podía mantener. Cuando empecé a laburar en la calle empecé a llevar guita, buena guita. De golpe mis hermanitos tenían hasta para los chocolates. Hasta ese entonces iban a comedores del barrio, a mi vieja le daban unas limosnas, se había afiliado al peronismo, le daban cajas con algo de alimentos, mucha harina. Después fue manzanera y repartía leche pa’l barrio. Ella nunca me preguntaba de dónde sacaba la guita, hasta que un día me vio con el fierro, justo cuando estaba encerrado en la pieza mostrándosela a mis hermanos que con los ojos iluminados se reían, me había convertido en su superhéroe, nunca me voy a olvidar. Mi vieja empezó armar escándalo, me armé el bolso  y me fui. Desde ese entonces cuando juntaba algo de filo, esperaba a mi hermanita en la puerta de la escuela y le daba para que tengan.

La noche que me fui, anduve yirando hasta que lo llamé al Chucky que inmediatamente me dijo que vaya por él y de ahí caímos a Moonlight, un puterio de la zona. Nos sentamos en la mesa e inmediatamente vinieron las chicas, bah chicas es una forma de decir. Nosotros éramos bastante pendejos, veinte años el Chucky y yo dieciocho. La minas unos treinta y pico, cuarentonas. El Chucky sin vueltas, cuando la gordita se le puso al lado, la empezó a manosear toda, las tetas y luego empezó apretarle la conchita y al toque se fueron para el cuarto. Yo estaba re piola escuchando música de la rockola. Una veterana se me sentó en las piernas empezamo’ a tomar del mismo vaso, me pasaba el brazo por la espalda, me acariciaba la oreja. Íbamos por la segunda birra, al toque la tercera, la vieja chupaba como esponja y fumaba otro tanto. No me voy a olvidar más. En un momento, ya estabamos besandonos meta lengua, yo estaba al palo, le había metido la mano por debajo de la remera, le dije que nos vayamos a garchar, cuando me paro, la turra me habia dejado todo el pantalón mojado, estaba tan en pedo que me había meado. Me dio tremendo asco, la saqué cagando. Lo peor que pude haber hecho fue contarle al Chucky, que desde entonces no perdía oportunidad de recordar y matarse de la risa a costillas mías.

Con el Chucky si que creamos una linda amista’, como quien dice éramos uña y mugre, estábamos uno para el otro. Éramos socios. Esa noche estábamos tan puestos que ni se como llegamos a once, nos metimos en un edificio tomado por peruanos. En ese edificio había vida las veinticuatro horas. Con el viaje y el viento, ya medio que me había rescatado. Para cuando llegamos estaba bastante entero.  Me acuerdo que había pibitos jugando y corriendo por las escaleras sin baranda, se sentaban en el borde del agujero del ascensor. No lo olvido, porque eso si que me dió pánico, seguramente porque sufro de vértigo. Llegamos al piso diez y alta joda se había armado. No conocíamos a nadie más que al dueño de casa. Nos abrazó, nos presentó algunos sujetos, muchos con dientes plateados y dorados, mucho collares en el cuello. Todos tomaban cerveza de un solo vaso. Hacían una ronda, el primero que se servía pasaba la botella al siguiente en sentido de las agujas del reloj y se quedaba con el vaso hasta tomarlo, luego le pasaba al mismo que le había entregado la botella y así sucesivamente. Cada tanto alguno zarandeaba el vaso boca abajo para que shorreara en el suelo algo de espuma diciendo que ya estaba lechoso. Las mujeres, si había en el grupo, el hombre, que estaba en orden antes que ella, le debía servir y puenteaba el turno de la botella al siguiente caballero, fue en ese instante que crucé mirada con Sarita, una morena de boca ancha pelo crespo y manos redondas chiquitas. Me acuerdo su vestido entero hasta por encima de la rodilla con zapatitos blancos. Nos sonreímos y aunque no lo creas, era bastante tímido. Apenas le había dicho un par de pavada como preguntarle el nombre y los años. Tenía dieciséis, ¡dieciséis años! hacía poco que había venido de Perú. En un momento, me senté junto a ella cuando de pronto por detrás de Sarita se acerca Chucky, le pasa la mano por el pelo y comienza a masajear los hombros. Se agacha, le dice algo al oído y se la lleva al centro a bailar salsa, una canción movidita de Oscar D´Leon. Al rato, vienen los dos hasta mi, me piden que los acompañe, nos metimos en la pieza y empezamos a tocarnos. Ella en el medio de nosotros dos. Un beso para el, otro para mi. Luego me dio la espalda y mientras lo besaba a mi amigo, con una mano me llevo una mia a sus pechos.

Chucky se sacó la remera, luego a ella, yo de atrás desprendí su corpiño, me quité los pantalones y el boxer y nos tiramos sobre la cama. Mi amigo arrodillado a la cabeza de la cama sostenía la cabeza de ella mientras se la mamaba, mientras yo me la cogía y le mordía las tetas. Tenía una lindas y duras tetas, pezón negrito. Movía la cintura buscandome. Nunca me voy a olvidar su cintura, su ombligo, su panza retorciéndose, En cambio nosotros dos nos reíamos como dos pavos. Se nos había dado la noche con esa piba sin esperarlo, al menos no estaba en mis planes coger. Pero que rico que cogía y que bien la chupaba y terminé sobre sus labios carnosos.

Apenas salió el sol, nos cambiamos y salimos viendo gente desparramada en el suelo durmiendo, otros aun seguían garchando. Nos fuimos hasta la terminal de retiro, abajo, en el bar del subte, desayunamos como dos campeones y emprendimos viaje para la boca. Nos metimos a un conventillo. Ahí entre lagañas nos encontramos con Beto, el chavon se dedicaba a alquilar armas. Depende el calibre tenía diferentes precios, la nueve milímetros a trescientos pesos, la cuarenta y cinco por cuatrocientos y la treinta y dos era la más barata, cotizaba ciento cincuenta, mi preferida la nueve, tiene recarga más rápida. Ahí arrancamos, no teníamos franco, ni fin de semana, ni nada. Metimos caño, era cuestión de mostrarlo, gritar un poco haciendote el loquito, les comía el coco y la gente soltaba lo que tenía. Así estuvimos meses hasta que tuvimos bardo con una banda de la zona. Esa vez sí que fue feo, jamás había estado en un tiroteo, juro que las balas me peinaban de lo cerca que me pasaban, ese día creí que no la contaba. Chucky le dio a uno en un ojo que gritaba como marrano, hasta que cayó al piso en un charco de sangre, sus piernas temblaban hasta que no se movió más. El hermano de furia salió del escondite contra mi compa, cuando lo tuvo encañonando directamente en la frente, aparecí por detrás le pegué dos tiros cayendo arrodillado estampando la geta sobre el asfalto. Posta que me temblaban las manos, todo el cuerpo, una cosa es verlo en las películas y otra vivirlo en carne propia. Sentía que me cagaba encima.

En esa época andábamos re puestos, duros todo el dia. La merca tiene eso, te da coraje, te desinhibe y te bancas la que venga. Ese fue el tiempo que también me había dejado de ver con la mamá de los nenes, en realidad una de las tantas. No me importaba nada. ni siquiera recuerdo cuando dormía. Salíamos laburábamos, y así como la ganábamos, la gastábamos en putas y falopa y pagábamos a uno, a otro viste como son los amigos del campeón… Teníamos buena pilcha. Me había comprado como seis pares de Nike, me encantaba la ropa deportiva, los pantalones azules de tres tiras holgados y la campera de la selección. En ese entonces empecé a usar las gorras con viscera, no se cuantas llegue a tener, pero eran más de cien, te re lukea. 

Para ese entonces nos vimos re profesionales y no nos cabía más el chiquitaje. Nos habiamos asociados con otros dos y le caiamos a los Maxikioscos, a las farmacias, a los almacenes de barrio. Entre los atracos, una vez un almacenero, un viejo gordo, nos corrió a escopetazos. Salió detrás del mostrador y no tenía piedad. Por suerte ninguno de los cuatro salimos lastimado, salvo que uno de ellos, tuvo la puta mala suerte de correr para la avenida. El hombre chiflo al patrullero y lo comenzaron a perseguir y lo agarraron. Tiempo después cuando salió nos dijo que lo pasó bravo. Lo cagaron a palos sin dejarle marcas. Le aplicaron la bolsita para torturarlo. Decía que es re feo. Le metían una bolsa de nylon en la cabeza y lo ataban y pegaban en los pulmones, la bolsita le entra pa’ dentro y te desespera porque te asfixia de toque. 

Ya para ese momento ya estabamos re fichados, el barrio sabía de nuestras fechorías y la cana ni hablar. Igual no nos importaba nada, encima éramos de los que no transábamos con la yuta. Eran lacras, miserables, soretes andantes. Y si alguien le quería pegar un tiro a uno de esos, ese era yo.

Pasó el tiempo y con el chucky un día no se como hicimos, porque estábamos pasados de merca, quedando tirados abrazados en un hotel de mala muerte, reíamos y al toque pasamos al llanto así como si nada. Hablábamos de nuestras mierdas, de nuestros deseos, lo que queríamos. En el bolso que iba con nosotros siempre a todos lados, lo abrimos y teníamos mas guita que lo que creíamos. Nosotros comprabamos merca, ropa y algo para papear, el resto iba ahí adentro. Después del asalto a la YPF teníamos banda de guita y con eso, alquilamos por primera vez una casita en Valentín Alsina. Éramos re felices hacíamos fiesta, llevábamos minas, pude hacer que vengan a pasear mis hermanos y les mostré lo que es estar fuera de la villa. Un fin de semana Carmen me dejó traer a los críos, hicimos asado, jugamos todo el fin de semana, me rescate, corte que ni pucho fumé delante de ellos. Dos días después la historia cambió para siempre.  

 Se nos ocurrió afanar la estación de servicio de GNC, los tres teníamos dos armas cada uno. El chucky tenía un contacto de adentro, asique sabíamos que antes de las doce del mediodía había que caer, antes que el camión de caudales y afanarnos la recaudación.Todo estaba saliendo a la perfección. Los empleados y el encargado estaban reducidos sin resistencia, todo marchaba  piola, salvo algún que otro grito para asustar. En ese instante cayó el camión antes de lo esperado, nos tomó por sorpresa y de la retaguardia nos encañonaron y nosotros comenzamos a disparar y ellos respondieron. Era una balacera. 

Los de la estación de servicio se tiraron todos al suelo. Nosotros aguantamos lo más que pudimos. Primero le dieron a Jorgito el mas pendejo, un tiro certero en el pecho, lo mató al instante cayendo sentado arrastrándose en la pared de afuera. Yo buscaba de todas formas reunirme con Chucky, nos gritábamos para identificar dónde estábamos. El detrás de un auto y yo detrás de unos tanques de aceite. En ese momento un vigi le pega un tiro a Pablo, el otro de nuestros amigos, con el que ya habíamos hecho algunos trabajos. Pude correrme agachado para estar más cerca de Chucky que me gritaba que teníamos que irnos de raje lo antes posible. A lo lejos ya se escuchaban las sirenas de los patrulleros. Los disparos se habían calmado, miraba para todos lados y no encontraba a ninguno de esos hijos de puta. Entré en pánico, el corazón me bombeaba a mil y de golpe escuche seis tiros uno detrás de otro, levantó la cabeza  y habían fusilado a Chucky a quema ropa. Le habían descargado un cargador entero en el pecho. Grité su nombre, no me importaba nada, corrí hasta él. 

Aún estaba vivo, aunque no había nada para hacer. Miraba sus ojos lagrimosos, sus cejas alzadas, no sabía por dónde agarrarlo, era un regadero de sangre. Grité, lloré, maldije. Mi hermano del alma estaba muriendo en mis brazos, escupía sangre por la boca, le ayudé a cerrar los ojos con la mano y para ese entonces estaba rodeado de ratis. Me tuve que entregar.

Estuve guardado tres años. Todas las noches lo soñaba, era como un hermano, más que eso. Me despertaba de noche. Estuve un año hacinado en un calabozo de una comisaría de Avellaneda y dos en el penal. Eso sí que es fiero, se que algunos pueden pero yo no me pude acostumbrar. Ahí te prenden las luces y te requisan a cualquier hora. Te tenías que cuidar de los del otro pabellón que te querían acuchillar casi por deporte. Ahi aprendes bien a cuidarte las espaldas. Tenés que transar con grosos con perpetua, que saben que de la única manera que que van a salir de la sombra es con los pies pa’ adelante. Un pibe que había caído seis meses antes que yo, me dio un par de consejos. Primero me hice respetar para no ser la juanita de nadie ni la minita de cualquiera. Así y todo, un par de cuchilladas ligué, varias veces visité enfermería pero me gané un lugar. Luego me hice amigos de los del sector de la iglesia. Empecé a leer la biblia, a cantar alabanzas. Los del penal vieron mi conducta, me redujeron la condena. Aparte no había matado a nadie, ni tampoco antes había caído en cana. El abogado que me defendió me hizo declarar varias giladas. Sentí que traicionaba la memoria de mi amigo, pero tuve que salvarme el pellejo y quede en libertad.

Durante esos tres años que estuve guardado, afuera, la vida siguió y algunas cosas cambiaron. Mi vieja había muerto de Cáncer de Pulmón, mi hermano, el que me sigue había caído en cana y estaba guardado en otro penal en Bahía Blanca. Mi hermanita por orden judicial estaba en un internado y del medio, no se supo nada, estaba desaparecido. Mi jermu, Carmen había parido otro pibe, me acuerdo cuando lo vi, era blanquito, no había salido a mi. El chavon con el que andaba, de buenas a primera piró y se tuvo que hacer cargo sola. Esa tarde que llegué, no sabía qué cara ponerme, no levantaba la vista. En Cambio mis guachines vinieron corriendo haciendo una montaña encima mio. Que alegría tuve. Cuando se fueron a jugar, me quedé con ella, la abracé y le dije que no se preocupara, que la perdonaba, que yo me iba hacer cargo. Donde comen cinco comen seis. Me abrazó e hicimos el amor.

De Carmen puedo decir que fue y sera siempre el amor de mi vida. Tuvimos nuestros altibajos pero siempre, siempre resolvemos todo revolcandonos en la cama. La negra es de fierro. Me ha bancado las veces que llegaba tomado, me vio un millón de veces puesto, durisimo. Ella  siempre estaba cuando yo no podía conmigo mismo. No me olvido mas la vez que una noche chupamos vino, habíamos puesto unas baladas y después de fumar un faso, estábamos tan calientes que nos dimos con todo. La negra era buena para el sexo, nunca un no. Y eso que la cagué bocha de veces.  Nos hemos reido, hemos llorado, nos hemos tirado con cosas, una vez me tiró con un cenicero de vidrio pesado, me sentí el ex de la Su Gimenez. No voy a decir que yo también un par de veces le he dado alguna zamarreo o un cortito en la jeta. Pero siempre nos perdonamos . Mejor dicho ella siempre me perdonó, porque era el que se las mandaba. 

Siempre peleabamos  por lo mismo, por la vida de mierda que llevaba, me desaparecía dos o tres días y regresaba como pollito mojado. Andaba detrás de toda las polleras del barrio que se me cruzaba. Y la bruja siempre terminaba sabiendo con quién estaba. Me costó mucho que me perdonará cuando descubrió que me estaba garchando la mujer del doctor. Se puso celosa la negra, pero no va a entender que a pesar que la jovata me gustaba, no iba a dejarla ni en pedo por ella. La mina me llevaba unos veinte años. La vieja siempre de punta en blanco. Que bien que olía, zarpados perfumes, lindas pulsera, buena pilcha, re cheta y eso a mí me gustaba. O sea, no que fuera cheta, sino saber que me garchaba la mujer del doctor, un negro como yo con una señora así, quién diría, nadie se lo imaginaba, era asquerosita, siempre nariz pa’rriba, pero en la intimidad, re turra. No garchaba bien, se cansaba rápido, pero me encantaba escucharla gritar. Parecía que la estaba matando. Me encantaba cogerla de frente. ver todo su pecho pecoso, con un lunar en forma de gota en el centro entre sus tetas, toda bronceada de solárium, su nariz respingada, sus labios delgados y los hoyuelos que se le hacían cuando sonreía la picarona.

Desde esa tarde que regresé, me quedé a pasar la noche, y al día siguiente salí a buscar trabajo. Caía en las obras de construcción, en los fletes, iba agarrar lo que venga, asi estuve una semana. La gente del barrio ni me quería ver. Pasaba caminando y me agachaban la vista, no se si me tenían miedo o desprecio. Por suerte a los diez días un chabon me dio para hacer unas changas. Estaba tranquilo hasta que en una de esas noches el bebé levantó fiebre. Me desesperé no tenía como comprarle la Novalgina, lloraba y lloraba, me puse como loco, salí a la calle a pedir monedas y al llegar a la parada del bondi, como no conseguía,agarré a la primera mina que vi sola, le samarrié el bolso y salí corriendo. Al llegar a casa tuve quilombo con la Carmen, porque había vuelto a lo mismo. Pude comprar los remedios pero para sorpresa, dentro del bolso, la mina llevaba como treinta lucas, quizás el sueldo entero. Me había hecho buena guita. Y desde esa vez no paré más, Fuí a lo de Alberto, invertí en un fierro con los números limados y salí afanar. Esta vez no quería cosas grandes, ni meterme en la pesada. Muchas veces ni llegaba a sacarlo de la cintura, solo mostrando la culata me bastaba con que me entregaran la billetera, relojes, bolsos, mochilas, todo lo que tenían a mano. Salía un par de horitas y sobrevivía con lo que me caía en suerte.

Hoy me levanté como todas las mañanas, me bañé, tomé unos mates con la bruja, me vestí y salí a laburar. Me pintó ir para el lado de Ezpeleta, ya no laburaba más en el barrio, aprendía que al barrio hay que cuidarlo. Buscaba lugares lejos. Tomé el 278 hasta la estación de Quilmes, esperé el tren, subí al diesel que va camino a La Plata y en la primera estación estaba en destino. Bajé caminé por la estación y por la plaza. Empecé a observar que onda, cuando veía alguien desprevenido, me acercaba y cuando estaba al lado arrebataba y salía corriendo. Lo hice con un viejo, con una mina re fifi y con un wacho, no vi que por la esquina pasaba  un patrullero, me vio corriendo y el pendejo gritó que lo había afanado, comenzó la persecución, Los polis del auto se ve que llamaron por radio y de toque cayeron banda.  No sabía para donde escapar, como pude llegue a la estación vi que venía el tren, salté el molinete y entre, tuve suerte que cerró la puerta antes que los canas se metieran. Estaba re persecuta, caminaba por el pasillo pasando de vagón en vagón, esquivaba al inspector y los de seguridad hasta que llegué a Avellaneda. Bajé mezclándome con el resto de los pasajeros, salí a Mitre y buscaba donde mierda refugiarme, de toque patrulleros por todos lados, me seguían, no podía creer que todavía los tenía detrás mío, siendo un perejil. Me metí por calles angostas, caminé, troté, me mande para el barrio y alguién me vio. Escuché la voz de alto, pero no podía volver a caer en cana, otra vez no.

Volví a correr, trataba de disuadirlos pero ahora por todas las esquinas patrulleros y canas de a pié. Opté por una calle cortada, salté un alambrado, un tapial, pasé por adentro de una casa, al barrio me lo conocía de memoria, estaba por la calle de atrás de la manzana de la casa de mi abuela, trepé hasta el techo de una casa y de ahí salté, en el aire escuché un disparo. Cuando ya estaba en el suelo, me repuse, tenía la bala en el estómago, creí ver como el agujero humeaba y chorreaba sangre, al toque dolor, al toque frío, las piernas empezaron a temblarme y caía en este pasillo húmedo y sombrío. Al toque sentí eso que dicen, que la vida te pasa frente a tus narices en un segundo.

Ahora te tengo frente a mí, apuntándome a la cabeza, hoy me toca a mi pagar los platos rotos. Alguien tiene que salir en los diarios de mañana como otro hecho de proeza policial.