Hacía poco tiempo que con mi familia nos habíamos ido a vivir a una casa en un barrio de Glew. Por ese entonces el barrio era pacífico, toda de gente humilde y sobre todo de mucha gente mayor. Mi vecino no era la excepción. Se llamaba don Rómulo. Un hombre de más de setenta años, de pelo crespo, robusto y con un tatuaje de un corazón con una flecha en el brazo derecho.
Don Rómulo, vivía ahí, desde hacía varios años antes que nosotros nos convertiremos en sus vecinos. Su esposa había muerto de una agónica enfermedad hacía ocho años. De tez cobriza, ojos oscuros, era tosco y de pocas palabras pero siempre que salía de su casa saludaba a todos los vecinos, aunque siempre caminaba con la cabeza gacha. En verano siempre andaba vestido igual. De pantalón largo gris, un cinturón negro gastado, una musculosa blanca y chancletas cruzadas de cuerina marrón. Jamás recibía visitas en su casa. No era de poner música y muy de vez en cuando gritaba algún gol de Racing, escuchando la radio spika bien pegada a su oído cuando en las tardes de verano después de la caída del sol salía con una silla plegadiza a sentarse debajo del paraíso que tenía en la vereda.
El hombre no tenía problemas con nadie, pero si los vecinos decían cosas de él. Muchas parecían sacadas de una historia de terror, pero depende quien lo contará la historia podía ser más o menos verosímil. El que mejor sabía contar historia en torno a Rómulo era el carnicero de la esquina. El lo conocía desde que se fundó el barrio. Y era casi el portavoz de todo lo malo que se decía de él. Quizás, porque tiempo después, se supo que el carnicero le tenía bronca y estaban enemistados, porque hacía años, no le había pagado el premio del número ganador de la quiniela de más de mil australes, es que Rómulo entre tantos oficios, cuando volvía de trabajar, se dedicaba a levantar números, por las casas y negocios de la zona, siempre montado en su bicicleta, era el quinielero oficial del barrio.
De él se hablaba mucho. Que había trabajado en el puerto, que era un mantenido de su mujer, que los hijos con la otra esposa lo odiaban y por eso jamás recibía la visitas de ninguno. Hombre de ningún amigo. Bruto. Que había sido subversivo pero también muchas versiones contrarias, que había trabajado para los milicos como verdugo en los centros clandestinos de detención. El mingo, un vago de la esquina que solía caer preso cuando la racia lo levantaba borracho de la esquina había dicho, que varias veces lo vio dentro de los calabozos golpeando a puño cerrado a los detenidos para que declararán. Nunca se supo si todas las versiones sobre la vida de Rómulo eran ciertas, pero también se decía que a la primera mujer, él la había asesinado con una veintena de puñaladas cuando vivían en Villa Bosch. Otra de las atrocidades, era lo que supuestamente había hecho con el único hijo que había tenido con Doña Argentina, paradójicamente una paraguaya de un guaraní cerrado. Lo había matado al poco tiempo de haber nacido y arrojado en pedazos dentro del pozo ciego.
Quizás todo eran conjeturas por su comportamiento, o quizás cierto y por eso le costaba mirar al vecindario a los ojos. Lo cierto es que todas las cosas cosas que se decían por ahí, eran a voz baja y a espaldas de él, por miedo a represalias violentas.
Hacía ya casi una semana que a Don Rómulo no se lo veía más haciendo mandados, ni tampoco saliendo a la vereda a tomar aire con su pava de acero inoxidable y su mate de cuero, pero nadie se había percatado, aunque yo si. Porque desde que conocí sus historias, nunca mas lo pude mirar como una persona normal, y mucho menos, que vivía al lado. Una de esas tantas tardes, un viernes precisamente, vino mi amigo Tito a jugar a casa, hacía tiempo que no lo hacíamos, ya que desde que habían comenzado las clases nunca tuvimos tiempo. Pero ese viernes había sido feriado. había venido desde el mediodía, comimos las milanesas con papas fritas que preparaba mi madre, luego miramos televisión y cerca de las cuatro de la tarde salimos a la vereda a colgarnos de los árboles, luego a jugar a la payana y mientras en un rincón jugábamos a las bolitas, se acercó Marcos, otro amigo de la otra cuadra y como a mi mamá no le gustaba que juguemos hasta tan tarde en la calle nos pidió que vayamos al fondo de la casa, que tenía un patio trasero grande, donde improvisamos un arco con unos caños, con la mala suerte que con el primer pelotazo al ángulo que intento hacer Marcos, la pelota voló pasando la medianera justo a los fondos de la casa de Rómulo.
Los tres quedamos perplejos, nos miramos sin decir nada hasta que tito señalando con el dedo le dijo a Marcos:
-Es tu culpa, por hacerte el canchero, ahora te toca ir a vos a la casa a pedirla.
-Ni loco – dijo Marcos – menos llamar a la casa de ese hombre. Si mi vieja se entera que ando yendo a la casa de Don Rómulo, capaz que me castiga con dos semanas sin salir a la calle. yo mejor me voy a mi casa
-Huy que valiente que resultaste – dijo Tito en tono burlón.
-No se hagan problema, voy yo a pedirla, a mi me conoce… – dije sin que pareciera que me hacía el valiente, aunque a mi también me daba pánico.
Salí a la calle, fui hasta el frente de su casa, tomé aire y coraje, golpee dos veces las manos, mientras miraba en la oscuridad de su ventana del frente, para ver si el viejo se estaba haciendo el sota, de malvado que era para no darme la pelota. Pero no se veía nada. Volví a golpear las manos pero sin suerte y regrese hasta mi casa, Marcos ya se había ido y me quedé por un instante con Tito pensando como hacer para recuperar la pelota
-Quizás este cerca de la medianera, y con un palo la podamos traer. Tenemos que subirnos a la medianera y fijarnos. Si queres yo te hago pata – dijo Tito.
No dudé y era la única idea que se nos había venido a la mente. Tito enlazó sus dedos, trepé poniendo un pié primero pisando en sus manos, apoyándome en la pared, luego puse los pies sobre sus hombros y como apenas sobrepasaba a la medianera con mi nariz, no me quedó más que de un esfuerzo treparme hasta quedar balanceando mi panza sobre la medianera, con medio cuerpo del lado de la casa del viejo.
Era la primera vez que veía el fondo de su casa. Algo desprolijo, con el pasto mal cortado, plantas marchitas y secas, una montaña de cascotes sobre un rincón que lamenté que no estuviera apilada sobre la pared de mi medianera, asi si me animaba a ir hasta la casa tenía como ayudarme para trepar.
Y justo en la pared del fondo, pegado a un galpón de chapa desvencijado y con puerta con candado, una enorme cucha de perro.
Fue justo en ese momento que mire para atras para decirle a tito que no veía la pelota, que seguramente cayó entre un matorral de arbustos que había contra un cantero, que escuché un ruido feroz proveniente de adentro de la cucha. La piel se me erizó, el corazón creí que se me había detenido, en ese instante, me di cuenta que había una gruesa cadena anclada en el suelo y que el otro extremo se perdía en la oscuridad dentro dentro de la cucha. Comenzó a moverse. No tuve mejor idea que tirarme al suelo, raspándome todas las piernas.
-¿Qué fue eso? – dijo Tito con los ojos más grandes de lo habitual
-No sé, no llegué a verlo. Debe ser un inmenso perro. si vi la cadena, era gruesa, debe ser muy grande.
-Eso se parecía a un felino. Ese viejo estaba loco de verdad, seguro debe tener un felino atado como mascota.
-Me asuste mucho. -dije
De lo que había sucedido no dijimos nada. Tito se fue a su casa y yo corrí al baño a lavarme las piernas ensangrentadas y ponerme un pantalón largo para que mi mamá no viera las lastimaduras.
Pasaron los días y no tuve más remedio que decirle a mi madre que la pelota se nos había caído en los fondos de la casa de don Rómulo. Esa tarde al regreso del colegio, los dos fuimos hasta el frente de la casa y llamamos; primero golpeando las manos, y como no teníamos respuesta lo hicimos llamándolo por su nombre. Pero no obtuvimos ninguna respuesta, mientras tanto con mi mamá nos miramos y pusimos cara de asco. Sentimos viniendo de dentro de la casa, un olor que se impregna en nuestras narices, una mezcla de ácido y olor a descomposición. No nos quedó más que irnos con la esperanza de regresar al día siguiente y tener mejor suerte.
Esa anoche me costó dormirme y cerca de las cinco de la mañana, aún de noche me desperté. Fuí al baño, volví a la cama y después de dar varias vueltas en la cama, me levanté decidido a trepar la medianera y volver a ver de qué animal se trataba. Tomé la linterna de mi padre, que hacía minutos se había ido a trabajar. Di las dos vueltas de llave de la puerta del fondo con sumo cuidado, la bisagras rechinaron. Caminé hasta el galpón, de donde saque y como pude arrastre la escalera colocándola contra la medianera. Apenas había puesto el pie en el primer escalón, escuché del otro lado ruido que seguramente venía de adentro de la cucha. con mi segundo pie, escuché ruido de la cadena y por mi cuerpo corría una adrenalina que apenas me dejaba respirar. Por un momento, me quedé quieto, pero al no volver a escuchar más nada, volví a subir dos escalones y como la madrugada seguía en silencio llegué hasta la cima de la escalera hasta poder agarrarme de la medianera. Di un salto y me subí a la pared quedando una pierna de cada lado. En ese instante vi como la bestia, que estaba con medio cuerpo fuera de la cucha se metió de un salto, sólo pude ver sus patas traseras. Inmediatamente vi salir la pelota de adentro, seguido de un grito feroz que rompió el silencio.
Los segundos fueron minutos, horas, parecía que todo pasaba en cámara lenta. Bajé la escalera trastabillando, cerré la puerta pegando un portazo, me metí dentro de la cama, sentía presión en la cabeza y el pecho asfixiado con el corazón golpeándome las costillas.
Al cabo de unos minutos mi mamá encendió las luces asustada creyendo que eran ladrones. Fue hasta mi dormitorio y me encontró sentado en la cama, morado del miedo. No me quedó más que contarle lo que hice.
Envuelta en deshabillé, me miro ojerosa, me retó y me puso en penitencia por estar invadiendo la privacidad del vecino. Casi no la escuché, no me interesó nada de lo que me había dicho. Mi mente y mis pensamientos sobre la bestia y mi pelota, eran más fuerte.
Fue tanta mi insistencia, que al día siguiente, a la salida del colegio volvimos a la casa de Rómulo. golpeamos las manos y mientras esperábamos que nos atendiese, el olor hediondo era intenso, mi mamá comenzó a las arcadas y buscaba si alrededor no hubiera un animal muerto pero yo sabía que en el fondo algo no me estaba queriendo decir. Me pidió que me metiera a la casa y se fue a pasos ligeros hasta la comisaría.
Yo me senté en la punta de la mesa, miraba los dibujos animados en la televisión con la mente en otro lado. La bestia concentraba mi atención. Esta madrugada la había visto y pude saber que no era un perro, ni un felino. Busqué en la enciclopedia de tapa dura y en el manual Kapeluz y en ningún lado vi semejante animal, de piel grisácea, lampiña, de piernas largas y delgadas. El ruido feroz que era una especie de aullido y maullidos, eran como un rugido agudo, casi como el ruido de los gorilas en celo que vociferan mientras golpean su pecho a puño cerrado.
Al cabo de media hora, el patrullero llegó hasta la puerta de casa con tres agentes y mi madre, que al verla corrí para aferrarme sin soltarla. Los policías golpearon manos, pasaron la cerca de hierro, llamaron a la puerta y como no salía nadie y el olor putrefacto se hacía irrespirable, forzaron la puerta de entrada y entraron pidiéndole a mi mamá que los acompañara como testigo.
Nos encontramos con el cadáver de Don Rómulo sentado en la mesa como a punto de tomarse una sopa, con los ojos abiertos. Su piel morada y derrames en la sien, con moscas saliendo de su boca y las uñas amarillentas.
A pesar que aconsejaban que yo no estuviera ahí, mi mamá quiso que no la dejara y mas fuerte me tomó de la mano. Los policías revisaron todas las habitaciones. El dormitorio de Rómulo con la cama deshecha y con cierto olor ácido de encierro, la radio en su mesa de luz encendida que se escuchaba tenue porque se estaba quedando sin baterías. En la otra habitación una cama de hierro antigua con el colchón gastado y lleno de lamparones. Las paredes descascaradas y en el lavadero, lo que a mí más me había impresionado hasta el momento. De una soga que cruzaba de un lado a otro, colgaban degollado una veintena de gatos de todos los colores. Mientras que dentro de la pileta pieles abiertas en remojo.
Cuando los Policías decidieron que era momento de dejar la casa e ir por búsqueda de una orden del juez, recordé que el hallazgo se debía a mi insistencia por recuperar la pelota de cuero. Fue en ese instante que uno de los policías abrió la puerta del fondo, y junto a los otros comenzaron a buscarla entre el pastizal y las plantas abandonadas. Un policía se acercó a la cucha, vio la cadena, se agachó para ver al supuesto perro, cuando en un abrir y cerrar de ojos, la bestia salió y se le colgó del cuerpo tirándolo al suelo. El hombre como pudo se defendió con brusquedad, mientras la criatura lo arañaba y le mordía la oreja y el cuello, hasta que de un movimiento logró sacárselo de encima, arrojándolo contra un rincón. El agente se arrastró rápido en el suelo y cuando la fiera salvaje volvió arremeter, la cadena atada de su cuello se lo impidió. Gritó fuerte, muy fuerte, y todos quedamos perplejos. No podíamos creer lo que estábamos viendo. Era una persona, completamente desnuda. Su piel era tan grisácea como lo había visto de madrugada. Sus ojos negros sus brazos y piernas flacas y en su pecho se marcaban todos los huesos. Tenía poca cabellera en toda su cabeza con un pelo lacio pegoteado. No hablaba, solo gritaba como un animal.
Al cabo de un tiempo, se supo, que aquella bestia, era el hijo, al que se creía que había matado y ocultado tirándolo de a pedazos dentro del pozo ciego. Al final, no todo lo que se contaba de Don Rómulo era cierto.