Ella era una señora gorda, de esas gordas que siempre están sonrientes, amables con todo el mundo e irradiaba felicidad.
Siempre decía el día que yo muera, no quiero velatorios, hagan una fiesta en mi nombre.
Una mañana no despertó, la encontraron seca.
El viudo tomó muy en serio sus palabras y al día siguiente de su entierro, con amigas de la difunta, organizó una fiesta en el dormitorio matrimonial.