Diferentes organismos estatales judiciales y de la fuerza pública, como así también organizaciones mundiales y fundaciones, arrojaban estadísticas que no eran iguales en el número final pero todas indican más de 10.000 desaparecidos por año en Argentina. En el 2018 según los últimos informes hubo un total de 20.000 desapariciones. Un año antes las estadísticas de Missing Children contaban 13.136 menores de edad. Navegando por google, en diferentes medios periodísticos, basándose en el sexo, hay una diferencia promedio del 10 % más de mujeres que de hombres desaparecidos. Los motivos son varios, aunque el factor familiar es el principal. En cuanto a desapariciones por trata de personas, se registró que el promedio anual es de unas 150 mujeres. Los números por si solo, no toman dimensión del problema. Muchas investigaciones quedan en la nada y la víctima pasan a ser sencillamente desaparecidas. Con el correr de los meses, si la investigaciones no prosperan, terminan cajoneadas las causas, y las investigaciones archivadas. Las familias de las víctimas no se resignan y más allá que la esperanza nunca termina, el pensamiento de la sociedad, respecto al accionar del estado es como la mugre que se barre debajo de la alfombra. 

Evelyn iba pensando en la medida que abría cada sitio y hurgaba en sus archivos, incluso los federales y los del ministerio de seguridad a los que tenía acceso. Abría pestañas, una detrás de otra en su computadora, iba de un lado a otros, tomaba anotaciones en un cuaderno viejo con espiral de costado, donde adentro también iba juntando papeles, doblados, pedazos de pepelitos, volantes publicitarios callejeros que se convertían en ayuda memoria escritos en birome, servilletas devenidas  en borradores al paso en una mesa de bar. Para ella formaban parte de un rompecabezas que día tras día iba armando en su mente. Pensaba en los últimos meses cuando trabajaba antes de la licencia, Pensaba en los últimos minutos de ese trabajo que la dejó en Knock out. 

Con la lapicera en la boca, le venían flashes desde la camilla, una perspectiva incómoda sobre todo porque desvanecía. No podía quitarse las últimas  imágenes casi borroneadas y en cámara lenta. El Tigre Peralta era llevado preso. Aún tenía en stereo el sonido de las esposas cerrándose en sus muñecas por la espalda. Su rostro, era perturbante. no dejaba de sonreír, en una sonrisa delgada, sin despegar los labios. No podía entender la tranquilidad de ese hombre que a simple vista parecía un mártir.  Su rostro no se inmutaba, un policía le ponía la mano en la cabeza para meterlo dentro del patrullero. El vehículo desaparecía fugaz de su vista y desde entonces, todo lo que supo de él fue por los noticieros y diarios locales. 

Alejada del departamento de investigaciones durante los meses que estuvo en rehabilitación, imaginaba cómo sería su primer día de actividad. Nunca pasó por su cabeza, que desde el primer día iba a estar asignada a un caso que se convertiría en mediático, lo que le impedía tener el suficiente tiempo para retomar el caso que ella tanto esperaba, la desaparición por trata de personas. El ruido de teléfonos, personal policial yendo de un lado a otro, el balbuceo constante la sacó del pensamiento. Miró el reloj. Se levantó de su escritorio colocándose el arma en la cintura, usó la lapicera azul con la que estaba escribiendo para hacerse un rodete sobre la nuca y salió sin dar explicaciones. Subió a su auto y se fue directo a Plaza de Mayo.

La tarde era soleada, la zona había vuelto a la normalidad. Niños dándole de comer a las palomas, Los veteranos de guerra acampando en una de las esquinas, un grupo de jóvenes con pancartas en mano protestando cerca del monolito. Evelyn caminaba por los senderos mirando para un lado y para el otro hasta que a lo lejos, en un banco sentada sola, estaba quien buscaba. Se le puso de frente y la mujer solo atinó a levantar la mirada que no la mantuvo para volverla al suelo y seguir observando como dos palomas se disputaban unas migas de pan que ella le había tirado.

-¿Me puedo sentar? – preguntó Evelyn sin encontrar una respuesta.

Le decían la loca de la plaza. Desde hacía ocho años que todos los días, puntualmente desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde, se hacía presente. Almorzaba y siempre leía un libro. Entre sus pertenencias, siempre contaba con una cartulina blanca que con el tiempo se fue volviendo amarilla y arrugada. sobre ella, tenía pegada una foto en blanco y negro hecha en fotocopia de la última foto de su hija al momento de desaparecer. Tenía diecisiete años. Fue en una tarde de abril, que la mandó al almacén de la esquina a comprar la comida de la noche y nunca volvió. Ningún vecino la había visto, ni para qué lado se fue, ni si estaba acompañada. Se llamaba Clarisa, era introvertida, cuerpo menudo, ojos enormes azulados, pelo rubio casi castaño. Esa tarde había llegado al negocio de don Alberto, compró los alimentos y desde ese entonces, nadie supo más de ella. Parecía que la tierra se la hubiera tragado. Su madre, desde entonces, no desaprovechó ni un minuto, con ayuda de los vecinos comenzaron hacer caminatas por el barrio humilde de Solano, hizo la denuncia en la comisaría a las dos horas de desaparecida, a pesar que no se la querían tomar, porque para comenzar una búsqueda, deben pasar 24 horas, pero hizo semejante revuelo que hasta el comisario salió por las calles del barrio. Todos los vecinos se movilizaron por meses con marchas de silencio con velas encendidas a las que se sumó el párroco, que tiempo después hallaron asesinado dentro de su iglesia. 

Lorena había dejado de trabajar, hacia huelgas de hambre y andaba de mostrador en mostrador de todos los ministerios nacionales y provinciales buscando la aparición con vida de Clarisa. Hasta había solicitado una cita con el presidente, que nunca le dio. El poder político de turno, le asignó una pensión, para hacerla callar pero lograron todo lo contrario. En la última entrevista que había concedido hace un año a una periodista de radio, dijo que hasta que no encontraran a su hija, no iba a parar su búsqueda, aunque sea lo último que hiciera. Cumplía nueve horas en la plaza,  no podía soportar tener una pensión gracias a su hija, necesitaba rendirle cuentas, justificar y por eso, desde que su causa dejó de importarle a la prensa y se olvidaron de ella en las tapas de los diarios pasando a ser otro caso de tantos otros. Cumplía un horario fijo en la plaza. Como si se tratara de un trabajo, se lo tomó como tal y era hacerse ver. Que todos los turistas internacionales, sepan de la desaparición de Clarisa y dejar en evidencia el oscuro contacto del poder con las mafias que se dedican a secuestrar, extorsionar y esclavizar a las personas en la marginalidad de la prostitución.

A pesar que no le respondía, Evelyn se sentó al costado, trató de buscar su mirada que seguía perdida en el suelo, hasta que la encontró. Se quedaron por unos segundos mirándose fijamente. El mentón de Lorena temblaba. Evelyn le pasó un brazo por los hombros y llevó su cabeza para que la recostara en sus hombros. Se largó a llorar.

-Hacía tiempo que nadie se me acercaba. Siento un vacio profundo. No soy nadie para nadie y mi hija mucho menos – Lorena casi balbuceando de nervios dijo sus primeras palabras en años.

-Vine, porque conozco tu caso. Se que nadie hizo nada. Quiero ayudarte y quiero que sepas que me comprometo a que de ahora en más no vas a estar más sola. – Le dijo Evelyn casi quebrada, mirando el rostro entristecido de la mujer, que con el correr del tiempo había envejecido más de la cuenta.

Lorena sacó de la bolsa que llevaba a todas partes, un folio con gran cantidad de información sobre la desaparición de su hija. Se lo entregó en mano y volvieron abrazarse 

-Voy a volver pronto, te lo aseguro. Se por lo que estas pasando, yo estuve en ese infierno… -Dijo Evelyn, mientras se paraba y Lorena asentía con la cabeza con cierto aire de tranquilidad y esperanza.

Evelyn volvió a su auto, puso el folio en el asiento acompañante y manejó hasta la comisaría. El atardecer comenzaba oscurecer la ciudad. Miró la fachada del edificio policial, pero sin bajarse, cambió el destino yéndose directo a su casa.

Entró cerró la puerta con doble traba, se quitó la campera, dejó el revólver sobre la mesa ratona, caminó hasta la heladera, agarró una gaseosa, y se recostó en el sillón, quitándose las zapatillas blancas pisándose los talones, con la punta de los piés. Tomó su celular y tenia un mensaje de German que le pedía de verse a la noche. Evelyn se quedó un tiempo con la mente y la mirada suspendida. puso responder, escribió “Perdoname, pero hoy estoy muy cansada. me acuesto temprano. besos” y envió. Ni siquiera esperó ver si le llegaba la confirmación de visto, que dejó el celular sobre su vientre. Tomó de la mesa ratona un retrato y mirándolo fijo, se largó a llorar. Estaba angustiada. 

-Te Amo agustin – dijo ella besando la foto de su único hijo de once años.

En ese instante suena su celular, lo dejó sonar un largo tiempo, pero ante la insistencia lo agarró, se trataba del inspector Gomez.

-Buenas… -dijo ella cortante.

-Tenemos los primeros datos de Martin Strack, domicilio, profesión, trabajo. Estamos cerca de encontrarlo.

-Me parece perfecto, necesitamos una orden de juez de inmediato, necesitamos allanar su vivienda. -dijo mientras se secaba las lágrimas.

-Comprendido inspectora…

Evelyn cortó la llamada, bebió un trago más de gaseosa y se sentó en el sillón.

-Quiero saber todo de vos… Martín… – Evelyn Pensó en voz alta.