Mariano la samarreaba y la cacheteó suavemente en el rostro para que despertara. Después de varios intentos ella empezó a moverse sin abrir los ojos, solo se quejaba, comenzaba a moverse de un lado a otro, y a pesar que el sol que entraba por la ventana le molestaba no podía despertar. Su novio que aún permanecía junto a ella, intentaba darle un vaso de agua fresca. Le alzó la cabeza tomándola de la nuca y apoyó sus labios en el borde del vaso. Ella solo bebió un sorbo. 

-Tenemos que irnos mi amor, ya es tarde, mi vieja va a caer en cualquier momento. Pegate una ducha y salimos cuanto antes.

Ella seguía sin decir nada, solo se quejaba, como si aún no terminara de despertar. Le quitó las sábanas de encima en la que estaba envuelta, la sentó en la cama, le pidió nuevamente que abra los ojos. La tomó por la espalda y sin ropa la acompañó hasta la ducha. Corrió la mampara. Dejó correr un poco de agua hasta que estuviera fría, temblaba. Pegó un grito con la primera lluvia que caía por su espalda y su rostro.

Mariano, mientras ella terminaba lentamente de secarse, se colocó el jeans, la primera remera limpia que encontró en su armario, las zapatillas e inmediatamente, agarró de un cenicero los restos de porro que quedaban sin consumirse, guardándolos dentro de una caja de fósforos. Tomó las botellas vacía de vino espumante y la de vodka, metiéndolas en una bolsa basura.

Marcela, no emitía una sola palabra. Sus ojos aún parecían irritados y se quedó parada en el medio del dormitorio, completamente desnuda, con piel de gallina y el toallón en sus manos, y el pelo goteando sobre el alfombrado blanco.

El estaba nervioso, buscaba no dejar ningún rastro de la noche, en el dormitorio de la casa donde vivía con su madre. Buscó en un bolso pequeño que había traído ella,  un conjunto de ropa interior negro. Le ayudó a meter las piernas en la bombacha y suavemente se la fue subiendo calzándose en la cintura y observando como quedaba bien metida entre sus nalgas, luego le puso el sostén acomodando sus pechos para que se vean más voluminosos, con el relleno del corpiño armado. Le puso el short de jeans bien ajustado que dejaba escapar parte de sus glúteos, una remera blanca escote en V, que dejaba ver un pequeño lunar sobre uno de sus senos. Le revolvió el pelo mojado volviéndoselo salvaje, le delineó los ojos de negro, haciendo sus ojos oscuros mucho más llamativos y grandes, le puso las zapatillas topper blancas de tela y tomándola de la mano salieron a la calle.

Ya en la parada de colectivo, él la abrazó y ella apoyó su cabeza contra su pecho, mientras casi inerte cerraba los ojos de un cansancio profundo. En un momento se despegó de él, lo miró fijamente, giró hacia el cordón de la calle y lanzó un vómito blanco espumoso.   

-Me quiero ir a mi casa – dijo ella, entre náuseas 

-Amor ¿que me dijiste? no era que te fuiste de tu casa, porque era un asco vivir con tu padrastro, que no lo soportabas más.. que querías estar conmigo.

-Me siento descompuesta, quiero ver a mi mamá, aunque sea una vez. 

-Marce… amor, ya vas a tener tiempo de verla y explicarle porque te fuiste de tu casa.

Ella en un día fresco, lo va a entender, ahora quiero cuidarte, quiero que estés bien. Hoy es domingo, vamos a salir a pasear y dejame que te presente a mis amigos. – Le dio un beso en la boca, en ese instante venía el colectivo le hizo señas para pararlo y subieron.

Mariano y Marcela se habían conocido hacía tres semanas en una rockería del centro de Quilmes. El había ido con su moto, era un habitué, ya que todos los viernes se juntaba con sus amigos de la facultad, donde cursaba segundo año de la facultad de Odontología de la Universidad de La Plata. Esa noche de viernes, apenas apagó la moto, se quitó el casco, dio pasos hasta la puerta, y la vio a ella. Fue mutuo, los dos se clavaron la vista pero no pasó más que eso, hasta que entrada la noche dentro del boliche, él la buscó. 

Ella bebía cerveza  y le daba una seca a un faso que le dió una amiga mientras reían y jugaban al pool con otros dos hombres. El no le pudo sacar los ojos de encima, a pesar que se había sentado en una silla en una mesa al costado con otros 5 amigos. La observaba  todo el tiempo, hasta que en un momento, ella giró su cabeza, le clavó la mirada y sonrió, mordiéndose los labios. Mariano no dudó, pidió disculpas “ahora vuelvo”. Compró dos pintas de cerveza negra y se acercó a ella. Estiró el brazo alcanzando el vaso y ella volvió a sonreírle, Mariano le pidió si podían alejarse al patio del pub donde la música de los redondos no sonaba tan fuerte, así podían conversar, ella accedió y una vez afuera, los dos bebían y se reían sin decir nada, mientras compartían un Marlboro. 

Ella miraba detenidamente los ojos azules de él, mientras que Mariano la tomó de una de sus manos y le hizo dar un giro. No podía dejar de sacarle la mirada a sus piernas duras, su cola redonda y parada con un jeans bien ajustado que marcaba todo. Con una pequeña cintura con la panza descubierta, que dejaba ver su diminuto ombligo. La musculosa blanca de breteles finos y escote pronunciado dejaba ver el borde del corpiño y una cadenita finita de plata con la medalla de la virgen de milagrosa que se perdía entre sus pechos. Su rostro era la mezcla de lo angelical y el diablo, por su piel suave y rasgos aniñados, pero con su mirada penetrante y sugestiva. Sus cejas bien delineadas, pestañas grandes y sus labios rojo fuego con un piercing plateado por debajo de su labio inferior que llamaban a la tentación. 

Después de beberse la cerveza, él que le llevaba una cabeza de estatura, la tomó de la cintura y la besó fuertemente, lamiéndole los labios, jugaba con el piercing en su lengua. Ella no podía contenerse y mientras lo mordisqueaba, bajó su mano hasta la bragueta y se la tomó bien fuerte.

Tenemos que irnos – dijo Mariano – tengo unas ganas enormes de cogerte.

-Sos hermoso – dijo ella – con vos me voy donde quieras –  y lo volvió a besar 

La tomó de la cintura, se separó un toque de ella y le dijo – ni siquiera sabemos cómo nos llamamos

-Soy Mariano, vivo acá a un par de cuadras, ellos son mis amigos, voy a la facultad de odontología y en el verano estoy seriamente pensando irme de vacaciones Aruba – mientras larga una risotada – ¿que tendrá que ver donde me voy de vacaciones?! y se volvió a reír.

-Yo soy Marcela, vivo con mi mamá y el imbancable de mi padrastro que se la pasa más tiempo borracho que trabajando, estoy en segundo año de la secundaria y tengo 13 años.

Mariano abrió los ojos, quedó sorprendido, la tomó de la mejilla.

-¿13 años tenes? sos una pendeja… voy a ir preso.

Ella le sonrió nuevamente  y le dijo, -bien que cuando te la estaba agarrando y te mordía todo, ni te percataste que era una pendeja… si querés dejamos todo así… -dijo ella clavándole la mirada- tengo 13, pero ya no juego con muñecas…

Inmediatamente él le volvió a dar un beso mientras la tomaba fuerte de la cintura, luego le extendió la mano invitándola a salir del lugar y los dos después de toparse a varios en el camino, salieron sin soltarse, hasta llegar a la moto. El se colocó el casco en el brazo, ella lo abrazó colocándose por detrás y en pocos minutos se fueron al costado del viejo autocine. Debajo de la sombra de los árboles se estacionaron, bajaron y comenzaron a desabrocharse los pantalones dejándolos caer por debajo de la rodilla. Ella se sacó una de las mangas de la pierna, se colgó del cuello de Mariano y este la llevó contra el árbol y alzándola, sosteniéndola de las nalgas, la penetró jadeante mientras ella con ojos bien cerrados gemía en su oído.

Desde aquella noche, varias veces a la semana se encontraron. Era muy usual, que él llegara de la facultad, le mandara mensajes y se encontraran por diferentes lugares de la zona. Varias veces de la semana almorzaban en el Mcdonald de la peatonal, salían a pasear en moto y a caminar a altas horas de la madrugada por la costanera y plazas. Se sentaban a fumar, a tomar cerveza en lata  y los días que la madre de Mariano tenía guardia en el hospital se encerraban en el dormitorio de él.

El colectivo ya había llegado a la zona de la costanera de Quilmes, el sol brillaba incandescente sobre el río. Marcela seguía dormitando entre algunos quejidos sobre el pecho de él, que la sacudió para que se despabilara, para levantarse,  tocar el timbre y descender del colectivo.

Apenas bajaron, ella lo volvió a mirar a los ojos  y le volvió a pedir que por favor la llevara a la casa, que se sentía descompuesta con el estómago revuelto. El la tomó del hombro, la miró a los ojos dulcemente y le pidió que por favor lo acompañara a la casa del amigo, que ya estaban cerca, le iba a poder pedir agua y con eso se le iba a ir la resaca y pesadez. 

Sin ánimos de ella, emprendieron la caminata por la calle de tierra seca y polvorienta, mientras las chicharras rompían el silencio de la calle y a lo lejos se escuchaba el parlante de un ciruja que a carro tirado por caballo decía que compraba chatarra y muebles usados. Pero en la calle no había nadie, más que algunos perros echados a la sombra.

A unos metros, antes de llegar a la casa de Pipo, el amigo de Mariano, se escuchaba la cumbia bien fuerte proveniente de su casa. Llegaron hasta el alambrado, corrió la manija, pasaron los dos y un grupo de veinte personas reían desperdigadas por distintos rincones. Algunas de las mujeres cortaban lechuga. Otras preparaban un clericó en un fuenton grande, echando litros de vino en caja,hielo y sobres de Tang. Marcela se sentía mareada, sus oídos zumbaban. Las cosas alrededor daban vuelta mientras miraba los rostros de las demás chicas riendo mientras tomaban cerveza. Un grupo de hombres alrededor de una parrilla improvisado con un chapa en el suelo, humeaba a carne asada, mientras bebían y fumaban. Algunas chicas, en un pasillo se cambiaban sin pudor sacándose el pantalón y poniéndose mallas. 

Marcela no aguantó más y se desplomó en la primera silla que vió. Una de las chicas se acercó a ella, la tomó de la nuca e hizo que agachara la cabeza poniéndola entres sus piernas, mientras le pedía a otra que le alcanzara un vaso de agua fría. Bebió, su mirada era de cansada, mientras transpiraba sudor frío. La miró a la chica sin decir nada y luego dirigió la mirada a Mariano que le extendió la mano, el estaba ofuscado y a pesar de la descompostura se dio cuenta. Se puso de pie, se abrazó como pudo a él y caminaron hasta afuera donde se sentaron en un banco largo tipo de plaza oxidado. Se cruzó de piernas y se acercó a su oído y le pidió disculpas. El la miró sin decir nada, mientras respiró hondo, le quitó la mirada y luego volvió sobre ella, acarició su rostro y le dijo “todo va a estar bien”. Ella bebió el último trago de agua, se secó la frente con la mano, lo miró fijamente y le dijo “te quiero mucho.. sos el amor de mi vida”.

Habían pasado más de 10 minutos, ya casi no se hablaban, Mariano esperaba algo ansioso e impaciente, que ella se repusiera, mientras los demás, que él tampoco conocía, pasaban y lo saludaban solo moviendo la cabeza. El resto de las chica cuchicheaban entre ellas mirándola, mientras que ella ni se percataba ni se perseguía. Hasta que en un momento, como pudo se paró, le dio un beso en la boca a Mariano, tomándolo del rostro y le extendió la mano para que se parara.

-¿ya estas Mejor? -dijo él algo serio y desganado

– Si amor, ya se me fue el mareo, no quiero cagarte el día, hagamos lo que tenías planeado, comemos y luego nos vamos.

-dale  – dijo él a secas. Se paró, la tomó de la mano como el novio, se hicieron  camino entre los demás y entre el tumulto debajo de un árbol y en un sillón, Pipo sentado tomaba una cerveza del pico, mientras acariciaba las piernas de una morocha teñida de rubio que le meneaba cerca, mientras otro de los amigos de él, sentado en el suelo, tipo buda, pasaba la lengua en el papelillo para armarse un porro.

-Pero mira quien vino he… no creí que vinieras a estas horas – Dijo Pipo a Mariano mientras no podía sacarle los ojos a Marcela. La morocha se dio vuelta, se puso seria y se fue, mientras que el amigo había terminado de encenderlo, le dio una calada y se fue entregándole el porro.

-Si yo te digo que vengo, es por que vengo, tengo palabra Pipo y espero que vos también la tengas.

Pipo lo miró y lanzó una carcajada a boca abierta que se le dejaba ver los pocos dientes y las muelas oscuras.

-¿Sabe` que? Me caes bien a pesar que so´ cheto.

Pipo, metió la mano en uno de sus bolsillo y sacó un paquete envuelto en diario del tamaño de su mano. Mariano lo tomó y sin mirarlo, se lo guardó.

-Che vo` – dijo Pipo alzando el brazo y señalando a uno de los pibes que estaba fumando en un tubo de vidrio. – traeme unos bancos pa`los pibes. – dijo a gritos  y luego se paró y le hizo señas a Mariano y Marcela para que los acompañara.

-Mientras tanto siganme, vamo a ver que cosa linda tengo.

Pipo camino hasta meterse dentro de la casa, donde la música sonaba más fuerte y era casi imposible escucharse, todos se hablaban a los oídos como si estuvieran en una discoteca. Se acercaron hasta la puerta de un dormitorio, la entreabrió, estaba a oscuras y los hizo pasar a los dos. Adentro Pipo, agarró una botella de vodka, la destapó, bebió un trago, y se la pasó a Mariano quien tomó un sorbo y luego se la dio a Marcela que negó con la cabeza. Pipo la vio, se le acercó bien al rostro y le dijo “Te va a ser falta”. Ella la miró a Mariano, él le hizo señas con la cabeza que haga lo que le pidió y tomó un trago. Pipo le dijo que tome más, y casi a arcadas bebió varios sorbos más. 

Pipo le pidió tanto a Mariano y a Marcela que se sienten en la punta de la cama y lo miro a él, quien inmediatamente la abrazó a ella, y la comenzó a besarla en la boca. Pipo Encendió otro faso y seguía tomando del pico de la botella de vodka. Se sentía incómoda por la situación, no entendía qué era lo que estaba pasando, se puso nerviosa.  Lo miro detenidamente a Mariano quien al oído le dijo “tranquila” le volvió a dar un beso largo y profundo. Ella que confiaba plenamente en él, se dejó llevar por la situación.

Mariano casi en penumbras comenzó a bajarle los breteles de la musculosa mientras ya la besaba por el cuello, mientras ella en tono suave repetía su nombre, y le decía que se quería ir.

-Va a estar todo bien, mi amor, estamos juntos en esta – dijo él mientras ya le quitaba el corpiño y con un ademán le pidió a Pipo que le diera la botella. La pareja tomó más vodka, luego, le dieron unas caladas al porro y ella desparramada sobre la cama, somnolienta y relajada, se mantenía con los ojos cerrados.  Mariano, comenzó a quitarle el pantalón mientras, le besaba el vientre y le apretaba un seno que lamia con la punta de su lengua, inmediatamente Pipo, se quitó la musculosa, bajo su short y se le acercó a la cara a ella, la miró y comenzó a lamerla, mientras que con su mano comenzó a recorrer su cuerpo que ya estaba prácticamente desnudo. Mariano por su parte, bajó su pantalón, se quitó el boxer y cuando le acercó la pija a la cara de ella, Pipo lo miró, lo paró apoyando su mano en el pecho y con un chasquido de dedos le hizo seña para que se vaya.

Mientras Mariano se bajaba lentamente de la cama y se vestía, veía como Pipo fumaba y compartía con ella el faso, que con los ojos cerrados, jadeaba y se mordía los labios mientra él comenzaba a besarla entre piernas.  


Mariano terminó de colocarse las zapatillas y cuando se dirigió a la puerta, vio la silueta de Pipo encima de ella cogiéndola, mientras le sujetaba los brazo por encima de su cabeza.

Afuera de la casa, Mariano, acomodó con sus manos su pelo, se refregó la cara, cruzó el alambrado, y después de caminar a pasos rápidos por una cuadra. Se paró en una esquina, y apoyándose sobre una pared, vomitó hasta que no le quedó más nada en el estómago. Su corazón estaba acelerado. Sus ojos estaban rojos. respiraba por la boca y miraba a todo su alrededor como no sabiendo donde estaba. Se tomó de la cabeza mientras pensaba en lo que había hecho, se golpeaba su cabeza. sacó de su bolsillo el paquete que le había dado Pipo, lo abrió de una de sus puntas y con la uña de su meñique sacó coca que aspiró fuerte. Se agarró la nariz y luego siguió caminando hasta la primera parada de colectivo que lo llevara al centro de Quilmes, donde bajó y caminó a la deriva sin saber que hacer, sin que le viniera un solo pensamiento. 

Estuvo dando vueltas, entre plazas, calles vacías, la estación de tren, hasta que llegó a su casa de noche. Cayó rendido en su cama, con el corazón acelerado, que escuchaba los latidos como si su pecho estuviera detrás de sus orejas. el techo de su cuarto   giraba para todos lados, Su respiración agitada, lo ponía más nervioso, mientras a su mente venían recuerdos de las sonrisas de Marcela. La noche que le dijo que tenía 13 años, su mirada profunda de ojos negros, su belleza angelical, su rostro teniendo sexo con él. Sus caricias y las veces que mirándolo sin quitarle la mirada y tomándolo de la mano, le dijo que lo quería y que era el amor de su vida.   

Mariano abrió la ducha de agua fría, se refregó bien fuerte con jabón, dejó la lluvia caer sobre su cara y desnudo y mojado se tendió en la cama, quedándose dormido hasta la mañana siguiente.

El sol se colaba por las rendijas de la persona, dándole directamente a los ojos. Apenas alzó la cabeza, se percató del dolor fulminante que tenía en todo su cuerpo. Miró la hora en su celular y estaba atrasado, sabía que llegaría tarde a la estación de tren para irse a la facultad.

Se cambió como pudo y colocándose anteojos de sol y los auriculares, fue todo el viaje en tren recostado sobre la ventanilla durmiendo. En la clase, su mente divagaba. Como fantasmas, recordaba fragmentos de lo que había sucedido el día anterior. Todo eran secuencias mezcladas entre el rostro de Marcela diciéndole “ te quiero”, las manos de Pipo en penumbras recorriendo la piernas de ella, los jadeos, los gritos, y el escapándose del dormitorio a oscuras mientras escuchaba los gritos de ella que para esa altura no sabía si eran de dolor o de placer.

Mariano, no aguanto a terminar la clase, bajó hasta la planta baja, se fue directo al baño, encerrándose , se sentó en el inodoro y esnifo dos líneas que le dieron coraje. Salió a la calle, caminó hasta el bosque platense, y mientras una pareja de novios se colocaba chalecos salvavidas anaranjado para pasear en bote a remo, el se sentó a la orilla del lago y lloró.

Sacó de su bolsillo el celular, abrió whatsapp y miro la foto de perfil de ella. Su último horario de conexión era del sábado a la tarde, cuando ella le había pedido por mensaje de encontrarse en la esquina de Rivadavia y Pueyrredón, seguido de un emoji con ojos con corazones. Luego abrió el contacto de Pipo, comenzó a escribirle un mensaje para saber como se encontraba ella, pero inmediatamente lo eliminó. Se paró y se fue hasta su casa.

Sentía culpa, se puteaba así mismo, se decía “hijo de puta” caminaba de un lado a otro del cuarto. Se pasó toda la noche sin dormir.  Pasaron los días, la semana y el sábado no pudo más con los remordimientos y tomó un colectivo, camino las cuadras de tierra y llegó hasta la casa de Pipo, donde esta vez no había gente desperdigadas por toda la casa, pero si se escuchaba música fuerte que salía de adentro. Golpeó varias veces a la puerta y como no salía nadie, tomó el picaporte y entró. Dentro del estar de la casa precaria, las luces estaban encendidas, Hombres que él desconocía, aspiraban, fumaban y tomaban todo tipo de alcohol.

En un cuarto que estaba la puerta abierta, una mujer desnuda arrodillada en el medio de la cama rodeada de jóvenes, entre los que estaba Pipo, le chupaba la pija de a turnos, mientras los otros se masturbaban y se reían, se miraban los unos a los otros. Mariano, estaba nervioso, buscaba mirando de un lado a otro donde podía estar Marcela, hasta que se acercó a la puerta del otro dormitorio, donde creyó verla, pero se trataba de otra mujer que estaba de espaldas, entró sin miedo y la mujer en un trance,  esnifaba sobre un espejo de mano, mientras galopaba sobre un hombre completamente desnudo, lleno de tatuajes y gorra con visera hacia atrás que no le importó la presencia de él.

Mariano miraba a todos y todos lo miraban a él como sapo de otro pozo, pero él no encontraba lo único por lo que había ido y era a quien no encontraba por ninguna parte.

En un momento se sentó cerca de la puerta, tomo un porrón de cerveza, y cuando estaba por darle el primer trago, Pipo desnudo se le acercó


-Pero mirá quién vino!!! mi amigo el cheto (se ríe) no me digas que me trajiste otra pibita… que por cierto, la otra, estaba muy linda, lastima que se hizo muy falopa enseguida y era rebelde, la tuve tener muy sedada, la domestiqué.

-Dónde está Marcela?

-Epa… no me digas que te enamoraste de la pendeja? ella desde ya te digo, que si se enamoro de vos.

-¿Dónde está Marcela?

-Ahora la vas a ver…

En ese momento, uno de los hombres que estaba sentado en la mesa bebiendo, abrió la puerta del baño, y Marcela con rostro ido, estaba vestida con un camisón pequeño de satén color salmón. Su pelo suelto desalineado. Con ojeras, su mirada estaba perdida y sus brazos todos picados por agujas. El hombre la tomó, pasó uno de sus brazos por su hombro y se la llevó al dormitorio que ya quedaba desocupado, mientras la otra chica terminaba de vestirse. 

El hombre arrojó a Marcela al centro de la cama como una bolsa de papa. Comenzó a desvestirse sacándose primero la remera blanca, luego desabrochó su cinto, el botón del pantalón, bajó el cierre de la bragueta y de cada lado de su cintura, tomó el jeans apretado bajándolo hasta sacarlo por completo para arrojarlo en un rincón del cuarto. Se sentó con la espalda en el respaldar de la cama, la tomó de la nuca, comenzó a besarla bruscamente metiéndole la lengua en la boca y chupándole el rostro y el cuello mientras sonreía. 

-vení putita… haceme eso que tan bien sabes hacer – dijo él

La tomó de la nuca, la bajó hasta su verga y casi obligándola, le metió la pija hasta el fondo de su garganta.

Mariano quedó tieso al ver la escena, cuando por detrás se apoyó en uno de sus hombros Pipo.

-Linda pendeja nos trajiste… la chupa tremendo, pero no se que le gusta más si la pija o la falopa. 

Mariano lo miró con cara de estupor, odio y bronca, mientras por dentro se preguntaba qué mierda había hecho. Le clavó la mirada a Pipo que le daba una última seca a un Parisien. Se metió al cuarto, se arrodilló en la cama detrás de ella, la tomó de las caderas con las dos manos, le dio un chirlo en las nalgas, y mientras se mordía la lengua, la penetró bruscamente arrancándole una lagrima que recorría por su mejilla. Marcela no decía nada. solo obedecía, estaba muda y cuando lo miró a Mariano, sos ojos parecían estar mirando el infinito, ni lo había reconocido. El se dio media vuelta y tomándose la cabeza salió disparado de adentro hasta dejarse caer en el suelo de la vereda.

Esa fue la última vez que Mariano la vio. 

Pasaron las semanas y el remordimiento, la culpa y la falopa no lo dejaban dormir. Tenía pesadillas. Sus ojos parecían de cristal resquebrajado. No asistía ni a la facultad. Sólo pensaba en ella. Hasta que después de un mes, decidió volver a ir a la casa de Pipo para llevársela, pero ella ya no estaba.

Fue en la última tarde de calor de marzo, solo había unos pibes y unas pibas bebiendo y fumándose un armado. él se hizo conocer, para que no se persiguieran creyendo que era un yuta. Solo uno de ellos, supo decirle que hacía como 10 días que Marcela ya no paraba ahí, que creyó haber escuchado que se la llevaban a la villa Zabaleta en Pompeya. Preguntó a dónde, hasta que le dijeron a la casa de unos barras bravas de Huracán que andan con la gilada del paco. Anotó la dirección en su celular y sin perder tiempo, se fue hasta allá.

Al llegar, le confirmaron que había estado unos días pero que estaba tan débil que ni servía para coger, que buscara por los alrededores, que busque por donde andaban las paqueras buscando hacer algún pete por unos mangos para darse una vuelta.

Mariano buscó por todos los rincones de Parque Patricio, la zona de depósitos donde usualmente paran los camioneros. Ahí se cruzó con una paquera completamente flaca, casi raquítica que no paraba de moverse  llena de tics nerviosos que con un ojo casi cerrado y con la boca torcida como stallone, ofrecía una chupadita por 100 pesos, como le dijo que no, le pidió unas monedas, que él sacó de su bolsillo. Cuando ella se acercó, el saco su celular y le mostró una foto de Marcela, a lo que la mujer mientras se le caían los mocos sin darse cuenta y se refregaba con la manga del buzo que llevaba puesto no dijo nada. Quedó callada. 

Mariano siguió buscando hasta acercarse a un camión que estaba estacionado al costado de un colegio, frente a una fábrica abandonada. Cuando se acercó a la cabina, de la puerta de acompañante se bajaba una chica que a presunción de Mariano no tenía más de 15 años, toda sucia y con un vientre a  punto de parir. Apenas pegó un salto a la vereda, escupió  para no tragar, y como pudo salió caminando a paso acelerado perdiéndose en la esquina. Mariano aprovechó la ocasión, se asomó a la puerta del camión y cuando atinó a querer mostrar la foto que llevaba en el celular, el camionero, un robusto panzón de bigotes que le tapaban el labio le dijo:

-Tomatela, largate de acá pendejo, volá

-Disculpa, solo quiero saber si vio a ella – volvió a meter la mano en el bolsillo para poder enseñar la foto.

-Pendejo, te dije que te largues de acá, anda a saber donde esta esa pendeja. Están todas reventadas, no saben ni como se llaman y vos te andas haciendo el Jesús, volá de acá, no sabes en que zona estas metido.

Mariano con cabeza gacha, caminó dos cuadras perdiéndose en las escaleras del subterráneo.