Marta estaba terminando de acomodar unos adornos sobre uno de los estantes y repasaba con el plumero por encima de la mesa ratona cuando sonó el timbre. Alegre y a paso ligero llegó hasta la puerta principal de su Chalet y antes de abrir se acomodó el pelo frente al espejo y el cuello de su camisa. Era muy coqueta, no le gustaba que los vecinos la vieran desprolija, incluso hasta cuando se dedicaba a los quehaceres domésticos. Abrió la puerta miró para todos lados y no había nadie. A sus piés, encontró una caja bien embalada. La levantó, miró el remitente y no figuraba nadie ni tampoco a quien iba dirigida. La llevó hasta la mesa y con una tijera cortó las cintas de embalaje. Ansiosa creía que podía  ser el último pedido hecho por el catálogo de Tupperware. Al abrirlo, sacó bollos de papel de diario y en el centro de la caja un muñeco de Arcilla pintado, con una boina de lana tejida y del cuello varias bolsitas con diferentes tipos de semillas. En la base de su pie una etiqueta que decía: “El Ekeko de la fortuna, la felicidad y la fertilidad.”

Sosteniéndolo en la mano, Marta lo miraba y se le dibujaba una sonrisa. Era incrédula no creía en nada más que en Dios y la Santa iglesia Católica, tampoco era supersticiosa. De pronto comenzó a reírse sola. Se sentó en el sillón con el muñeco en la mano y se puso a leer las instrucciones y las explicaciones de cada una de las bolsas que colgaban de su cuello. Bolsas transparentes con semillas de maíz, girasol, alpiste y otras semillas que jamas habia visto ni sentido nombrar. En la boca, un diminuto orificio como si tuviera la boca abierta. Sus manos alzadas al cielo. Y la explicación decía “cada martes y viernes en cualquier hora del día colocarle un cigarrillo encendido y el ekeko cumplirá con Amor, dinero y fertilidad” Lo primero que pensó y se preguntó a sí misma; para que quería más de todo eso. Se sentía la mejor mujer del mundo, felizmente casada hace treinta y cinco años, con dos hijos universitarios y jamás tuvo una situación económica comprometida. Pensó en su esposo Mauricio y se decía así mismo con el muñeco en la mano, que seguramente debía ser un obsequio para él, que siempre quiso más diciendo que en la ambición estaba la base de la fortuna.

Esperó hasta la nochecita y como si fuera un hecho sincronizado, los tres hombres de la casa fueron entrando. Marta se encontraba preparando la cena, primero la saludó su esposo, luego sus hijos que enseguida subieron las escaleras para irse a sus dormitorios. El hombre tomó  el control remoto y se sentó en el sillón individual. Ella se le acercó por detrás y haciéndole masajes en la espalda le preguntó cómo le había ido en el dia. El hombre sin sacar la mirada del televisor, dijo que fue extenuante, muchos reclamos pero por suerte mucha demanda de productos. La mujer sonrió y queriendo hacer un chiste dijo que seguramente fue gracias a él y le alcanzó el muñeco. 

-¿Qué es eso? -Preguntó Mauricio mirándola y frunciendo el ceño. 

Marta sonrió – llegó hoy por correo a la puerta de casa. No tenía remitente pero las instrucciones indican que es el muñeco de la fortuna, el amor y la fertilidad- Mauricio echó una carcajada. 

-¿fertilidad? ¿para qué vas a querer fertilidad?, ya estamos grandes, tenemos 2 hijos, eso es una porqueria. Si no tiene remitente, debe ser algún cartonero que se lo olvidó ahí tirado. Vaya a saber su procedencia, quizás sea de esos objetos que usan para hacer gualichos. 

Marta introdujo el Ekeko en la caja, la cerró y así quedó hasta el otro dia cuando todos se fueron, quedando ella y el muñeco solos.

Marta se preparó un té con un terrón de azúcar, se lo llevó a la mesa de la cocina, se sentó en la punta y comenzó a revolverlo con la mirada perdida y pensativa. Tomó dos sorbos y decidida fue hasta la caja, lo sacó, lo puso sobre la mesa ratona, salió al kiosco a comprar cigarrillos y le colocó uno encendido y se sentó a mirarlo detenidamente. El muñeco estaba estático, el cigarrillo encendido y las primeras cenizas cayendo en un cenicero que ella había puesto debajo. Ella seguía con su mirada clavada en él, de pronto observó con atención, que de la boca del Ekeko comenzó a salir un humo espeso, como si estaría largando una bocana después de una bocanada intensa. El cigarrillo se consumía sin apagarse. Atónita boquiabierta, sabía que si se le contaba a alguien, no se lo creerían. Antes del atardecer, metió el ekeko nuevamente dentro de la caja y lo llevó al galpón para que su marido creyera que lo había tirado.

Al día siguiente, a la tarde mientras recostada miraba la telenovela, escuchó un golpe seco como si algo se hubiera caído. Se sobresaltó, se calzó las sandalias y empezó a caminar hasta el fondo, miró el jardín y no había nada fuera de lugar. Los enanos cerca de la pileta, la regadera conectada a la manguera regando el césped prolijamente cortado. Marta entró al galpón y vio la tijera de podar tirada en el suelo, el martillo sobre la morsa y la caja del ekeko tumbada semi abierta en el suelo.

Llevó el muñeco hasta arriba de la mesa y se sentó frente a él por unos minutos sonriendo. Comenzó a tocarle la cabeza, buscó un cigarrillo a pesar que no era el día que le tocaba, le dio una primera pitada para encenderlo, se ahogó, puso cara de asco y tosió, jamás había fumado en su vida. Se lo colocó en la boca e inmediatamente empezó a echar bocanadas de humo como la primera vez. Ella Miró el paquete y se encendió uno, y junto a él se puso a fumar. Cayó en la cuenta que por primera vez se sentía acompañada durante las mañana y las tardes, tenía de quien ocuparse, porque desde que sus hijos estuvieron en edad escolar se la pasaban todo el día fuera de casa, por colegio o en el club donde practicaban rugby. Su Marido religiosamente se iba temprano volviendo pasada las veinte. Nunca tuvieron una mascota, a él no le gustaban los animales, decía que eran un estorbo. 

Marta le charlaba al Eeko que parecía estar mirándola fijamente prestando atención a todo lo que le decía. Se había convertido en su confidente, le informaba cuando iba hacer mandados, le contaba lo que se enteró charlando con vecinos en la cola del supermercado, Comía con el muñeco siempre encima de la mesa acomodado al lado del vaso. Le hablaba de su felicidad, le rendía explicaciones cuando lo dejaba solo para limpiar y atender las actividades domésticas, se recostaba en el sillón con el muñeco apoyado en su vientre para leer el libro de Doña Petrona para sacar ideas nuevas para agasajar a su familia en la cena. 

A la semana tocaron el timbre, como siempre acomodó su cabellera corta frente al espejo, se trataba del jardinero, que hace más de seis años que se dedicaba a cortar el césped y tener siempre prolijas las plantas y flores del jardín y del fondo de la casa donde la familia tenía un quincho y una piscina enorme. El hombre entró acomodándose los lentes, la saluda con la mano y se refriega la frente transpirada. Con la cabeza agacha se va al fondo y mientras prepara la máquina de cortar cesped, ve pasar el gato negro de la vecina, lo maldice entre dientes, odiaba los gatos. Mira para dentro de la casa y como nadie lo estaba observando, saca de su bolsillo comida para gatos, le agrega veneno para ratas y le da de comer de su mano. Al día siguiente Marta cuando va a colgar la ropa en el tendedero se encuentra con la sorpresa del animal tendido muerto. Se horroriza tapándose la boca del e inmediatamente llama a Rocío, la vecina de al lado que desde el teléfono la insulta y la maldijo diciendo que había sido ella o su marido quien seguramente mataron a Carlota, diciendo que muchas veces del otro lado de la medianera escuchaba como hablaban mal de felino. Al cabo de unos minutos la mujer gorda y lenta por el peso, con un lunar con pelos como cerda, cerca de su boca, le toca el tiembre. La mira con cara de desprecio y bronca, la vuelve a insultar, mientras que Marta se queda callada y le entrega el cadáver del animal, cierra la puerta y se larga a llorar compungida.        

A la noche mientras cenaban en familia, la mujer les cuenta a sus hijos y marido lo que había sucedido. El menor ignoró por completo la conversación mirando el celular, mientras que el mayor terminó de comer, se paró le hizo unas caricias en los hombros, un beso en el centro de la cabeza, le dijo que no se preocupara e inmediatamente subió a su cuarto, mientras que el marido seguía con la mirada atenta en un partido entre Racing y River por la copa libertadores insultando al referí.

El jueves amaneció completamente soleado y a Marta le encantaban los días con calor primaveral, a las 6 de la mañana se levantó sin remolonear, se calzó la bata y bajó a preparar el desayuno. Los hombres bajaron y de parado desayunaron porque se habían quedado dormido. Después que el último cruzó el umbral de la casa, se puso a levantar la mesa, lavó las tazas, pasó un  repasador sobre la mesa, se cambió, saludó dándole el buen día al Ekeko y le dijo que no se tardaba que iba hacer las compras. 

Después que salió del supermercado, caminó a su casa, sintió una corazonada, jamás antes le había sucedido ni nunca puesto interés en las casas de Lotería. Se quedó por un tiempo mirando la vidriera donde una publicidad enorme decía juegue al Loto instantáneo y le llamó la atención. Entró, compró una raspadita y no tuvo suerte. El hombre le ofreció otro cartón, lo miró de rescelo, dudó por un instante y lo terminó comprando. Volvió a sacar la moneda del monedero y al raspar no lo podía creer, más de 15.000 pesos en efectivo. Saltaba de felicidad explicándole al señor  que jamás había jugado a nada, que no creía en el azar y el hombre con una sonrisa falsa le dice que fue suerte de principiante pagándole el dinero. Llega a la casa contenta, apoya el dinero cerca del muñeco y le dice que gracias a él había ganado, dándole un beso en la frente, le enciende un cigarrillo y otro para ella que se lo fuma alegre y feliz.

Para la noche había preparado Lasaña, compró un vino importado y al momento de la cena, toma el dinero que había guardado en el cajón y se lo muestra a sus hijos y marido que sonrieron felicitandola, ella no pudo contenerse y señala al muñeco diciendo que fue gracias a él. Ninguno se había percatado que estaba en el modular. La miraron, cambiaron su rostro, los dos hermanos comenzaron a conversar entre sí sobre el partido que iban a tener el domingo contra San Albano, mientras que Mauricio le responde que se deje de pavadas, que tire esa porquería a la basura. Marta se levantó de la mesa, encogiéndose de hombros restándole importancia a lo que decía su marido.

A la noche apagaron las luces, ella como siempre ultima y controlando meticulosamente que todas las puertas de las casas estén bien cerradas, la llave de gas, pasó por al lado del muñeco saludandolo con un beso en la cabeza. Subió al cuarto, entró a la habitación y Mauricio estaba roncando de costado mirando la pared. Marta se tapa, comienza a rascarle la cabeza, él apenas se mosquea, se queja, deja de roncar, ella sigue acariciándole el brazo hasta que abre uno de los ojos, le dice que está muy cansado, Marta le hace puchero diciéndole que se olvidó de su aniversario. El revolea los ojos, mofa en silencio, se da vuelta le da un beso en la boca diciéndole feliz aniversario y ella se le cuelga de cuello, seguidamente manotea para el costado hasta que logra apagar el velador.

Habían pasado más de un mes, que para el resto de la familia, todo seguía en la rutinaria normalidad, sin saber que la mujer ante las ganas de su esposo de tirar el muñeco a la basura, lo guardaba en la caja pocos minutos antes que él llegara o cuando escuchaba el ruido del motor de la camioneta estacionando en la vereda y lo volvía a  sacar cada mañana después que todos se iban.  

Esa noche, con mareos y vómitos se fue a recostar antes de lo habitual, cuando sintió el ruido del motor, intentó levantarse pero no podía con su cuerpo, sabía que corría riesgos el ekeko, por lo que intentó a toda costa llegar a la planta baja, llegó tarde su marido ya estaba, se había descalzado, había encendido el televisor y estaba plácidamente sentado en su sillón favorito. El muñeco no estaba en su lugar. Ella con una mano agarrándose de las paredes caminó hasta Mauricio y enojada y descompuesta le preguntó por el muñeco. El hombre sin sacar la mirada del televisor le dijo que no sabía, que no le importaba esas tonterías. Marta como nunca antes, enojada le hizo frente y volvió a preguntar hasta que el, enojado le volvió a decir que se dejara de esas pavadas porque ya le estaba colmando la paciencia y el mismo lo iba agarrar para romperlo en pedazos y tirarlo de una vez a la basura. Ella sensible se largó a llorar, el hombre se levantó de su asiento enojado y cuando se dieron vuelta el muñeco estaba en su lugar con dos sobres debajo de la base donde se sostenían sus pies.

El hombre clavó sus ojos en el muñeco, ella vio en su mirada sus intenciones. como pudo, sacó fuerzas de donde no tenía y corrió a salvaguardar al muñeco antes que el hombre llegara. Lo sostuvo entre sus brazos protegiéndolo con su cuerpo. El hombre solo quería agarrar los sobres. Los tomó y le clavó la mirada endemoniada diciéndole quién era ella para revisar su auto y agarrar sus pertenencias. Marta atónita ni se había percatado de esas cartas. Mauricio caminó hasta su garage, abrió los sobres que contenían cartas escritas a mano alzada de su secretaría y con un encendedor las incineró dejando cenizas esparcidas en el suelo. Ofendido, se calzó las pantuflas y se fue a dormir sin cenar.

A la mañana siguiente, ella no se pudo levantar de la cama, se pasó toda la noche en el baño vomitando descompuesta. Su marido y sus hijos se levantaron como siempre, y sin desayunar se fueron. Ella los escuchó cuando dieron el portazo. Esa mañana se levantó, se hizo un té de boldo con dos galletitas y como la descompostura no cedía, pidió un remis y se fue directamente al hospital. Le hicieron un chequeo y se encontró con la sorprendente noticia que estaba embarazada a los cincuenta años.

Al llegar a la casa, cansada y fatigada se sentó en el sillón sin poder sacarle la mirada al Ekeko. Ahora que sabía que estaba embarazada, encendió el cigarrillo entre sus dedos y se lo colocó en el orificio de la boca, en el momento que sonó el timbre. Abrió la puerta, se trataba del jardinero en su visita quincenal. Le dijo que pasara, avisándole que se iba a recostar. El hombre pasó al patio, sacó su tijera de mano y comenzó a podar las rosas cuando la mirada se le perdió en el tendedero de la ropa. Acomodó la visera de su gorra, mientras fregaba sus labios con la punta de su lengua. Miró para todos lados que no haya nadie e ingresó al lavadero y entre la ropa que estaba lista para ser metida en el lavarropas, sacó ropa interior de ella y comenzó a olerla rabiosamente, se la fregaba por la cara, se excitaba cuando comenzó a percibir como si alguien lo estuviera observando. Se guardó el calzón dentro del overol y caminó nuevamente al parque sintiéndose perseguido, cuando se tropezó con la manguera cayendo al suelo, inmediatamente, quiso sacársela, pero en la desesperación se envolvía más en ella. Empezó a sacar manguera para un lado y para el otro y cada vez estaba más atrapado. Se paró y al instante perdió el equilibrio cayendo dentro de la piscina, donde intento hacer los últimos esfuerzos en vano, ahogándose con la manguera enrollada a su cuello y a una de sus muñecas.

Marta lo descubrió a la tarde flotando, del susto por ver el cuerpo, trastabilló cayendo al suelo. Nadie pudo socorrerla hasta que al atardecer sus hijos la encontraron en el suelo, Hicieron todo lo más pronto posible pero era demasiado tarde. Entró de urgencia al hospital perdiendo el embarazo. 

Una semana después le dieron el alta. Apoyado sobre los hombros de uno de sus hijos y secundado por el otro que traía el bolso con sus cosas, se sienta en el sillón e inmediatamente sus ojos se fueron al mueble, el ekeko no estaba. Pregunta por él pero los hijos no saben qué decirle, no tenían ni idea que había sucedido con el muñeco. Ella negaba con la cabeza entre desesperación y fastidio, lo primero que le vino a la mente,  su marido se lo había arrojado a la basura aprovechando su ausencia.

En tanto su esposo, trabajando en la empresa, revisando papeles, archivos excel en la computadora mientras que su teléfono no paraba de sonar cuando entra indiferente su secretaria. Mauricio se le acerca le pide hablar pero ella le dice que no tiene más nada que decirle, que todo se lo había dicho en las cartas hace un tiempo y le deja sobre el escritorio su renuncia diciéndole que se vuelve a su pueblo con pasajes para salir a la noche. Intenta acorralarla contra una de las paredes pidiéndole que por favor no lo deje, cuando por detrás se siente una toz improvisada para denotar presencia. Era uno de los proveedores. Ella aprovecha la ocasión y se retira perdiéndose entre los escritorios, mientras Mauricio camina hasta la ventana refregándose el rostro. 

-No me dijiste nada…. – dijo el hombre

-¿nada de que? – preguntó Mauricio frunciendo su rostro sin entender de qué le estaba hablando.

-Por lo visto no te llegó. No te surgió efecto con tu esposa…. -señalando hacia afuera de su oficina en dirección a donde estaba su secretaria.

-¿De que me estas hablando?

-De ella, tu mujer….

-Ella no es mi mujer.

-Perdón… creí que si…

-Me podes decir de qué me estás  hablando de una buena vez, porque no entiendo nada.

-Cómo sos un gran hombre, un gran vendedor, el mes pasado viajé a Bolivia, estuve cerrando algunos negocios importantes de importación, contactándome con oriundos. Estuve en el sur, para comprar telas teñidas artesanalmente por aborígenes y me enseñaron el Ekeko, la creencia que hay sobre el…

-¿vos fuiste quien mandó esa basura a mi casa?

-Me ofendes, era un obsequio por el aprecio que te tengo. Compré el mejor, hecho a mano en arcilla, pintada por las mujeres de la tribu, me dijeron que su poder es increíble… ellos tienen rituales, le hacen ofrendas una vez al año….Te vi con una mujer tan joven y tan bella, y quise desearte lo mejor….

Mauricio sale ofuscado de la oficina, dejando al hombre hablando solo. Baja hasta el estacionamiento, sube al auto, puteando a todos los autos en el atolladero sobre la avenida, los semáforos en rojo, a la anciana que caminaba lenta sobre la senda peatonal. Estaba dispuesto a plantarse en la puerta del departamento de su secretaria para que no se vaya, para que no lo deje. Su mirada de los nervios se nublaba y cuando estaba a punto de llegar, cruzó la bocacalle sin mirar y un camión de residuos lo colisionó metiéndolo con auto dentro de un negocio.

El 911, los bomberos y la ambulancia no tardaron en llegar. En pocos minutos el hombre agonizando, lo subieron a la ambulancia con el rostro desfigurado, con cortaduras en la ceja, hemorragia nasal, sus brazos quebrados y las costillas rotas le habían perforado uno de sus pulmones. Mauricio estaba agonizando. Lo descendieron con la camilla y a paso veloz directo a sala de cirugía, mientras con una médica al costado le bolseaba  oxígeno. En la operación varias veces debieron hacerle electroshock para reanimarlo, mientras por horas, sus hijos y Marta esperaron ansiosamente entre lágrimas y desconsuelo. 

El hombre sobrevivió pero ya no era el mismo. Después de unos meses, con paramédicos y en sillas de ruedas  y con indicaciones de Marta, lo pusieron frente al televisor de su casa. Ella amablemente saludó a los hombres subiéndose a la ambulancia. Ella se acercó hasta la punta de la escalera, llamó a sus hijos diciendo que ya habían vuelto con su padre. Los jóvenes bajaron, se sentaron en el sillón grande, Marta había preparado una chocolatada como cuando eran niños, y dos té. Uno para ella y otro a Mauricio con un sorbete.

Marta dejó su taza sobre la mesa ratona, se arrodilló en el suelo y le llevó la taza hasta cerca de la boca metiéndole el sorbete entre sus labios. Mauricio con el rostro torcido de la parálisis facial tomaba el té como podía, mientras parte se le chorreaba por sus labios cayendo sobre un babero que  Marta precavida le había puesto.

Cuando terminó de tomar el té ella acarició su cabellera y se sentó al lado de él cruzada de piernas, tomo su taza.

-¨No te preocupes mi amor… dicen los médicos que con rehabilitación vas a estar mejor. Yo voy a estar para cuidarte como hace treinta y cinco años. Se que el Acv que tuviste, no te dejó bien, pero yo voy a estar a tu lado, como lo prometí cuando nos casamos… ¿te acordas Mauricio? ¿qué lindo nuestro casamiento? ni la desgracia nos va a separar. te amo con toda mi alma, sabelo.

Afuera en el patio debajo de unos helechos, el ekeko aun esperaba que Marta lo viera, para volver a su lugar, lugar que ya se había ganado.