Era la una de la mañana. La luna llena iluminaba el sendero angosto del centro del cementerio del pueblo. Jorge, un peón de campo lo atravesaba, como todos los días, para cortar camino. Había cruzado el portón de hierro de la entrada. Esa noche, como todas, caminaba tranquilo y algo a los tumbos. Aun sentía en el cuerpo la borrachera que se había agarrado jugando a la baraja en el bar del centro, aunque estaba lo suficientemente lucido para no equivocar el camino y salir directamente al cerco que da justo enfrente de su vivienda.

Solía escuchar ruidos, pisadas en el pasto como si se resquebrajaría por el peso de una persona. Veía sombras, como si lo siguiesen, pero siempre que se daba vuelta terminaba dándose cuenta que se trataba de las siluetas de los árboles que se movían de un lado hacia otro por el viento. Oía la brisa en sus oídos y el sonido de los búhos. Pero esa noche oyó lo que jamás pensaba oír. Una risa. Jorge miró para ambos lados, pero la carcajada parecía repetirse en ecos entre las bóvedas y nichos. Le restó importancia, creyendo que estaba aluciando. Se encogió de hombros y siguió camino.

Los búhos seguían con su chillido, cada tanto uno se le cruzaba por delante provocándole un estremecimiento en el cuerpo. Y la risa que no paraba y ahora parecía estar mas cercana.

Una carcajada regocijante, que cada tanto llegaba a sus oídos como un sonido de ultratumba. Ya estaba desesperado, no podía entender que a esa alta hora de la madrugada se encontrase en compañía de un desconocido. En un tono macabro escuchó que una voz lo llamó por su nombre…


-Jooorge …. (en tono de canto) ¿Dónde estas Jorge?

Con la piel erizada escuchó como esa voz lo llamaba. Jorge no quiso darse vuelta. Casi enceguecido, caminó lo más rápido que pudo para llegar al cerco y salir de ese lugar, que hasta esa noche le parecía sagrado.

-Jooorge (volvió a escuchar en tono de canto)- , en ese momento sintió que se le salía el corazón por la boca. Un gato negro se le cruzó por entre las piernas. Se detuvo, le clavó las pupilas y le tiró un zarpazo.

Jorge cambio de caminó y se fue por entre los senderos que conducían hacia un costado del cementerio. Se sentía nervioso, por su cuerpo pasaba un escalofrío aterrador. Tomó coraje y le respondió a la voz que parecía venir del más allá.

-¿Quién carajo sos?-preguntó en voz alta como sacando valentía de donde no tenía.-…espero que no sea ningún gurí que se anda haciendo el vivo… (miraba para todos lados, como buscando enfrentarse con el miedo)…. cuando te encuentre te fajo he!!!

Mientras trataba de dilucidar en su memoria si esa voz, masculina y añosa pertenecía a alguien conocido. De repente se distrajo, se tropezó con una cruz de mármol, que estaba tirada en el suelo, cayendo sobre una tumba de tierra removida y pantanosa. Estaba todo embarrado, sentía el dolor de una lastimadura en su mano y rodilla. Trató de levantarse como pudo, cuando por detrás de su espalda, siente que alguien le posa una mano en el hombro. Pega un grito de miedo.Se levanta con un solo objetivo: correr. Cuando ve a la distancia, en el centro del cementerio, debajo de una higuera y entre tinieblas, un hombre. De poca estatura, casi enano, sentado en un taburete de madera, haciéndole señas para que se dirija hacia él.


Con las manos embadurnadas de barro, refriega sus ojos creyendo que se trataba de una alucinación. Pero al volver abrirlos, ve que lo que estaba delante era real. Camina a pasos lentos y al acercarse lo observa con claridad.

Era un anciano, de pocos pelos canosos, con escasa dentadura, orejón y con las uñas renegridas y moradas. Mientras su tez era pálida, prácticamente amarillenta. Sus pies, al estar sentado quedaban colgando en el aire. Apoyado con los codos sobre la mesa, mezclando naipes españoles lo invita a una partida de Truco.

-¿Querés jugar conmigo? No te demandará mucho tiempo…
-No…-respondió Jorge, en tono dubitativo, mientras en lo profundo de la mirada espejada del anciano sentía que lo estaba poseyendo –bueno, …está bien…
-Pero mira que solo juego por apuestas…
-¿Que tipo de apuestas? –preguntó Jorge.
-si pierdo cumplo los deseos de mis adversarios y si gano tomo sus almas, o la de sus seres queridos… -dijo en voz pausada. Luego agregó, en tono desafiante, –No tenés mas nada que perder, no tenés mujer, no tenes hijos y una vida miserable que siempre quisiste cambiar. Vivís maldiciendo a tu padre, que ya descansa en paz, porque no te ha dado un próspero porvenir…
-Basta de revolver mierda de mi pasado –dijo Jorge serio –Juguemos. Hoy he tenido buena racha en el bar, lo que es una buena señal para ganarte. En caso que lo haga, dame dinero, buena casa y buena comida… odio los guisos de porotos…

Jorge comenzó a barajar las cartas. Luego le extendió el mazo al viejo, para que corte. Repartió tres naipes para cada uno. La primera mano le dio, a Jorge, la señal que iba a ser un buen partido. «Envido» con un 28 de mano y de espada. Por cada punto que el anciano sacaba, Jorge sumaba tres. No era supersticioso pero creía que la luna se había puesto de su lado. Anchos de basto y espada y «Flor», varias veces. No habían pasado diez minutos cuando el peón de campo ya andaba por los doce puntos de las buenas contra los nueve de las malas del anciano, quien no parecía alterarse por estar perdiendo.

-Falta envido- cantó el anciano –Quiero- dijo Jorge avasallante. Los dos se mostraron las cartas y ambos tenían treinta y tres. Como el viejo era mano, sumó seis puntos de una.

Todos los puntos que había sacado Jorge ampliando la brecha contra el anciano, parecían esfumarse en tres manos. Ahora estaba superando a su contrincante por tres puntos y el viejo canto un «real envido». Veintinueve en mano, tenía el peón y creyendo que el hombre que lo invitó a jugar no podía tener tanta buena suerte le dijo «quiero»..

-Veintinueve…-dijo humildemente Jorge. Del otro lado hubo unos segundos de silencio y una respuesta fatídica –treinta y uno son mejores. Nunca olvides que las veintinueve son malas… -agregó en tono sarcástico el anciano.
-Perdí!!!- dijo Jorge enojadísimo, mientras golpeaba con puño cerrado sobre el tablón.

El anciano largó, al aire helado de esa noche, una risa tenebrosa. Jorge se paró y cuando estaba a punto de irse. El viejo lo detuvo. Le dijo que no se podía ir a ninguna parte, que ahora le pertenecía. El peón no creía en esas cosas del alma, ni en los deseos.


-Tú eres mío…-dijo serio, clavándole una mirada rojiza
-Yo no soy de nadie viejo de mierda…
-Se ve que ser avasallante, …ambicioso, incrédulo son las características de tu familia..
-¿Cómo? –preguntó Jorge
-Digo que en tu familia nadie escuchó hablar de mi, del pomperito (ríe a mas no poder) llevas el mismo carácter de tu padre. Salvo que el fue mas inteligente..
-No, no entiendo…- dijo Jorge, desorientado.
-Hace un año vino a jugar conmigo. Perdió pero lo dejé ir, es por eso que siguió vivo hasta hace una semanas atrás. La diferencia es que no apostó su vida, sino la de un ser querido. …de ante mano sabía que te iba a ganar. Te estaba esperando Jorge… eres el pago de su deuda…

El artista es creador de belleza. Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte. El crítico es quien puede traducir de manera distinta o con nuevos materiales su impresión de la belleza.