Este cuento es un couver de luciano lamberti

Aún retumbaba en su cabeza el ruido de la máquina de tatuar, le había generado sensación de nervios, ansiedad, lo asoció al zumbido del torno del dentista, unos años atrás. Ya estaba en su casa, sentado en la cocina con la madre humectando con su crema de manos toda la superficie del tatuaje recién hecho sobre piel irritada que ardía, le quemaba. Se lo terminó de tapar con un film de nylon, el mismo con el que envolvía los pedazos descuartizados de pollo para poner en el freezer. 

Sin siquiera darle un beso o despedirse con un chau, atinó a darle las gracias a la madre que se quedó afligida, con el rostro derrumbado, se perdió detrás de la arcada que dividía la cocina con el living. Tomó la tabla de skate que esperaba apoyada contra una pared cerca de la puerta. En la calle se fue colocando la campera como pudo mientras surfeaba en el cemento sin saber que esa, era la última vez que andaba por las calles del vecindario y nunca volvería a su casa. 

Damián tenía quince años, de cuerpo menudo y andaba siempre con los pelos en punta, siempre con ropa holgada para su talle: en bermudas, zapatillas (siempre vestido de negro). Después de unas cuadras encima de su tabla, en la esquina de la avenida, esperó el colectivo, siempre con la música al taco en sus auriculares, con la mirada dispersa, miraba el stiker que le pegó por debajo de Emily Strange, para después, quedar observando su antebrazo derecho donde lucía su flamante tatuaje. Aún no lo podía creer, hacía tiempo que lo deseaba y lo tenía a la vista de todos, como quien presume una obra de arte original colgada de una pared. Se lo había diseñado él mismo. Representaba a Abraxas, Dios del bien y del mal, que lo conoció por leer Demian, de Herman Hesse. La noche anterior lo había dibujado, después de terminar por quinta vez el libro; donde tenía resaltado un párrafo que le voló la cabeza: “El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios es Abraxas”.

Ese día no asistió a clases, mintiendo, con la excusa de que había desinfección. La madre estaba cansada de lidiar con él, muchas veces, en el último tiempo, prefería pasar por estúpida, antes que aguantar el mal humor de su hijo. Tenía demasiado con el hartazgo de su esposo que cada atardecer regresaba del trabajo y casi ni se hablaban. 

Al subir al colectivo se sentó en el último asiento individual, al fondo. No sacaba la mirada de la ventanilla, dónde pasaban casas, negocios, transeúntes como diapositivas, mientras en sus auriculares anchos y gruesos escuchaba Something in the way de Nirvana como banda sonora, mientras sus manos impacientes golpeaban la tabla y no lograba sacar de su mente  el rechazo que le generaba vivir en esa casa, con esos padres, especímenes raros que por el bien de la humanidad deseaba que estuvieran en extinción.

Después de cuarenta y cinco minutos, Damian llegó a destino, según las indicaciones que tenía en un foro de skaters, deseaba conocer la llamada pista perfecta. Cuando bajó del colectivo, en Quilmes, pasando el viejo balneario abandonado, se encontró en medio de un descampado. A unas cuadras en altura pasaba la autopista Buenos Aires – La Plata, se escuchaba el zumbido de los autos de un lado y del otro a toda velocidad. En cambio a su alrededor, no había más que algunos perros flacos bebiendo agua de la zanja, algunos moscardones y un costado un caballo con las costillas pegadas al cuero, atado a un árbol con una soga, comía algo de pasto. Caminó en dirección según le indicaba el gps del celular, por un delgado camino de barro y huellas de bicicleta entre pastizales resecos. A lo lejos se veía un conglomerado de casas desvencijadas, hechas de chaperíos, los techos sostenidos con adoquines y ladrillos sapos, antenas de Direct TV. Gallinas comiendo entra la basura de desperdicios de comida en descomposición, entreverada con bolsas de nylon y cubiertas de autos. Se escuchaban algunos gritos a la distancia de un carro destartalado tirado por dos hombres. 

Por primera vez estaba frente a frente con una realidad que desconocía, más que en la televisión. Al principio le dió cierto asco, frunció la nariz y sus ojos lagrimearon del aire viciado. Se dijo así mismo; que la miseria está impregnada de humo, huele a caucho quemado, a agua servida, a putrefacción, se oye a gritos vociferados y exultantes y el vocabulario gutural, una especie de dialecto de unos cuantos.

Damían agachó la cabeza, miró la pantalla y después de unos metros cruzando por un arroyo seco, un camino de gotas de sangre; algunos tramos en pequeños puntos, en otros en borbotones estallados en el suelo, como el recorrido de una perra menstruando, parecían marcar la dirección correcta. De la nada se encontró a unos metros un grupo de pibes de su edad. No dudó. Subió una lomada y ahí estaba, era como en las fotos, pero mejor. Las fotos ciertas cosas no pueden describir, pensó, mientras se le dibujaba una sonrisa en la cara. Sin dudas era la pista perfecta. Hacía tiempo que se le había dado por ser skaters, primero practicando en la puerta de la casa, usando los cordones de la calle. Luego con unos amigos de la escuela, los domingos solían ir a una de las puertas del Abasto, a las escalinatas de la Facultad de Derecho y a los Skatepark de Plaza Sarmiento y la costanera, justo donde en los saltos, parece que se le puede tocar el culo a los aviones que van a Montevideo. Lo que tenía frente a sus ojos era diferente. Una inmensa y profunda olla. No era cualquier pista, porque tampoco fue construida para la ocasión, eran unas instalaciones abandonadas de desagüe que se utilizaban para tratar los desechos antes de tirarlo al Río de La Plata. A los costados se veían inmensas bocas oscuras, de donde cada tanto se escuchaban ruidos extraños en eco y agua negra que salía como escupitajos para terminar en un charco que se evaporaba. Todas las paredes grafiteadas con diferentes símbolos que entre tantos, eran una maraña indescriptible e indescifrable.  

Sobre el lugar también se decían cosas, existían leyendas urbanas. Si sus padres se enteraban a donde fue, podrían llegar a tomar cartas y lo menos que podían hacerle, era partirle en dos el skate, que le echaban la culpa de sus cambios de hábitos, sus malas calificaciones en el colegio y sus malas juntas. Pero ese atardecer valía la pena. Tampoco tenía miedo de lo que se comentaba. Unos meses atrás al costado de la olla encontraron el cuerpo descuartizado y quemado de una joven de diecisiete años. Un año atrás un perro de la policía científica que buscaban un linyera acusado de algunos atracos en la zona, en vez de dar con él, encontraron un montón de huesos humanos en una de las bocas, una especie de fosa compartida para muertos. Muchas veces, vecinos de la zona hicieron movilizaciones, marchas para que el gobierno lo tapara, pero la burocracia era más fuerte, hacían caso omiso sobre todo a las versiones que el lugar estaba maldito. Mientras tanto era ocupado por los llamados chicos de la Noche, un grupo sectario de Skaters que patinan cuando todos ya se fueron. Por sus rasgos eran mas grandes que Damian; veinteañeros, quizás de treinta. altos, flacos de tez pálida y brazos largos. Damian los miraba, podía reconocerlos en los videos virales que circulaban y también en youtube.

Muchos de ellos estaban en la olla en ese momento; parecían danzar en una coreografía perfecta en el aire. Saltos, deslizamientos. Sincronización. Un acto acrobático. A un costado de la pista un grupo de chicas y varones se reían a carcajada, mientras le daban una seca a un porro que se pasaban, en ritual, alrededor de una fogata que crepitaba en un atardecer anaranjado, de un sol que se escondía en el horizonte.

Se los quedó observando como mirando un punto fijo, cuando se vio invadido por recuerdos, retorcijones de bronca que le causaba tener que rendir cuentas, explicar dónde iba, tener que sentarse en una silla frente a sus padres y escuchar los sermones por las materias bajas. El cuestionario inquisidor ¿Te drogas? ¿Quién es tu junta? ¿Te volviste puto? – por las uñas que de vez en cuando se pintaba de negro. Odiaba la cara de nada de la madre, asqueado de los gritos del padre que lo amenazaba con internarlo o que haga terapia porque no podía entender que lo único que le importaba era la musiquita, mirar videos en el celular y andar hasta altas horas de la noche jodiendo en el vecindario con el skate. Este pendejo no sabe lo que es una responsabilidad, decía reiteradamente.  En cambio ahora, Damian estaba frente a todo eso que soñaba, aquello que le indicaba que roto el cascarón, estaba en libertad, para vivir de aquello que tanto deseaba. Fuera las obligaciones o trabajar para comprar cosas inútiles, o cumplir falsas reglas que algún imbécil inventó.

Volvió a su presente y cayó en la cuenta que a unos metros como una silueta oscura con la capucha del buzo puesta, parado al borde del terraplén estaba su ídolo máximo, el protagonista de aquellos videos e historias de instagram con los que Damian pasaba horas frente al celular. Caminó en su dirección a pasos lentos y cuando casi lo tenía cerca se echó sobre el skate al fondo de la olla. Ahora no le quedaban dudas que era él;  por su delicadeza, nadie expresaba tanto encima de la tabla rodando, parecía que volaba.  Hacía flips, ollies y heelflips como si estuviera solo en el mundo. Desde el fondo de la olla fue tomando impulso con los enviones, hasta llegar a la cima, donde terminó dando un salto larguísimo con una vuelta entera en el aire sin que su tabla se despegara de sus pies, para agarrarla en el aire y terminar parado, justo en el borde de la cima del otro lado.

Damian por un momento dudó, pero sabía que era el momento de ponerse a prueba y mostrar lo que sabía para poder ganarse un lugar entre los suyos. Se puso al borde pisando la tabla en la punta,mientras el resto quedaba suspendida en el aire. Se abalanzó sobre ella, se deslizó por las paredes que las sintió perpendiculares, sintió vértigo, sintió el subidón en la ingle, saboreó el aire fresco que le pegaba en la cara, y sin darse cuenta hizo una mala maniobra y terminó estampado con sus rodillas en el cemento. Vio el raspón, una  rayadura, le dolió y le gustó que le doliera. Se levantó sin quejarse y volvió a la cima donde fue recibido por unos aplausos de una de las chicas que tomaba un trago de birra del pico al costado del fogón. Se ruborizó, tuvo vergüenza, agradeció que había anochecido y pasaba desapercibido. Caminó hasta ellos se sentó cerrando la ronda, le pasaron un cigarrillo para que pitara, jamás había fumado, casi se ahoga, pero pudo improvisar. Muchos andaban dando vuelta, se los escuchaba hablar, aunque el sonido llegaba en modo de murmullo, mucho murmullo, mientras fumaban y largaban espesas bocanadas de humo. Damían aun sin hablar se quedó al lado de dos sujetos a los que apenas podía verle el perfil con el resplandor rojizo del fuego, aunque su mirada se detuvo en las chicas, nunca estuvo en una reunión con mujeres. Eran realmente hermosas, de tez blanca, delgadas con remeras ajustadas y cortas que dejaban ver sus ombligos. La que parecía más grande fue la que más la atrajo; tenía la cabeza rapada de costado, unos aros expansores y todo el brazo tatuado, pero sobre todo, quedó hipnotizado con sus enormes pechos duros. En su mente la llamó felicitas por lo alegre que estaba, reía de todo, a pesar que no tenía de qué reírse. La otra chica la bautizó putita, por sus labios pronunciados que se mordía y  lamía delicadamente sin quitarle la mirada pecaminosa mientras hacía morisquetas aniñadas, pucheros, buscando la atención de alguno de los hombre para que seguramente se la cogieran. A Damian se le paró la pija y con movimientos trató de ocultar el bulto, acomodó su pantalón para que pasara desapercibido. Estaba tan obnubilado que no se percató, que el que estaba sentado al lado, a la derecha, era a quien tanto admiraba. 

Se tomó la capucha y la bajó lentamente hasta dejar su cabeza y rostro completamente al descubierto. A Damian, primero le dio impresión su fealdad, jamás creyó que semejante genio podía ser tan horrible, peor aún, cuando dejó a la vista su sonrisa amarillenta, despareja, de dientes terminados en punta con aliento a naftalina.  Se le veía el cuero cabelludo en la escasez de su pelo fino y lacio que colgaba en la frente en un mechón que cada tanto acomodaba detrás de su oreja. Mentalmente lo llamo Gollum por su semejanza con el personaje inventado por Tolkien, aunque este era alto de manos grandes desproporcionadas de falanges largos y huesudos.

-Es Abraxas, ¿no? dijo Gollum señalando con la mirada el tatuaje.

-Sí. Me lo hice por el libro de Hesse. Soy muy fan.

-Entiendo -dijo Gollum – Es un gran libro escrito bajo la influencia de Nietzsche. Vos ¿Leíste a Nietzsche?

Damián negó con la cabeza. Se hizo un silencio entre ellos.

-Nietzsche era un iluminado. Uno de los buenos. Decía que la idea de bien fue inventada por los débiles, por las víctimas, para dominar a los fuertes. Pero las personas fuertes del mundo estamos más allá del mal y del bien, ¿no es verdad? – dijo mientras le quitaba la mirada de encima y la posaba sobre el fuego.

Damían volvió a responder sin hablar, asintió, aunque no estaba seguro de entender.

-El problema es que algunos encuentran el mal -dijo serio Gollum – …y no les gusta nada cuando lo encuentran. 

Así como estaba, sentado como buda, apoyó sus manos en las rodillas y de un solo movimiento se paró. Caminó por detrás del círculo hasta pararse detrás de Felicitas, le extendió la mano y la ayudó a ponerse de pie. Con una mano en la cintura de ella se puso a bailar mientras ella seguía riendo, a veces a carcajadas, con la mirada alzada, observando las estrellas hasta que sola, se quitó la remera haciendo rebotar sus tetas en el aire. La otra mirando la escena, se acercó y se sumó a ellos, se besaron los tres, cruzaban sus lenguas.  Damián nunca había visto una escena de ese tipo en vivo. Gollum se quedó con la otra que aparentaba tener menos edad. Era de estatura baja, le acarició el pelo teñido con mechas verdes y fucsias. Ella seguía jugando a la nena con muecas y miradas sugestivas. Le tomó la remera y lentamente se la quitó. Con el torso desnudo iluminado por el fuego cada vez más débil, se veían sus tetitas de pezones anchos y rosados. Gollum se inclinó para lamerlos, ella extasiada levantó los brazos y gritaba exultante.

De un momento a otro, Damian tuvo una rara sensación, sintió que el fondo se corría generando un efecto de profundidad, de inmediato todo le parecía irreal, un sueño que dudaba si no era una pesadilla. El sonido a lo lejos de la autopista se enmudeció. Los grillos se callaron. El fuego no crepitaba. La oscuridad se volvió más densa, mientras alrededor apareció una neblina que flotaba al raz del suelo. Fue entonces cuando Gollum se inclinó sobre el pecho de la chica, cerró sus dientes sobre una de sus tetas y le arrancó un pezón de  un mordisco para mascarlo como goma.

La chica seguía con los brazos levantados, inmersa en un limbo, ni se dio cuenta. Del orificio manaba un chorro de sangre, hasta que de golpe su cuerpo se desplomó. De inmediato todos los otros sujetos parecían sombras vivientes,  animales carroñeros que con paciencia esperaban abalanzarse sobre el cuerpo muerto, formando una montaña de almas desesperadas. Se escuchaban quejidos, bocas hambrientas masticando como bestias. En un acto natural de salvarse, una corazonada le dijo que era la próxima víctima, Damian salió corriendo. 

Corrió sin dirección, tropezó y se volvió a levantar. Los pastizales arañaban sus pantorrillas;  la tabla se le cayó de las manos y no paró a recogerla.

Es un enfermito de la patineta, latía en la nuca la voz de su padre.

De lejos veía la tenue luz de los foquitos del rancherio de chapas de la villa. Pensó que si lograba llegar, podía pedir socorro o meterse de prepo en una casilla y así salvarse. Se dijo; necesito. gente normal, mientras corría agitado. Juro que seré normal y me gustarán las cosas normales y voy a ayudar a mis padres a poner la mesa y rendiré mejor en el colegio. 

Cuando estaba por salir del descampado, tropezó con chatarrerio que estaba tapado por los yuyos. Cayó de rodillas sobre escombros y al querer levantarse, vio que se clavó un pedazo de vidrio en la pierna. Sangraba, chorreaba sangre y con solo mirarse le vino el dolor. Estaba agitado. Se quedó quieto mirando para todos lados. No había nadie y de la nada sonó una voz muy cerca suyo.

Es una linda herida, dijo Gollum con la cara y la ropa bañadas en sangre. Hace  tiempo que no consigo un buen banquete. Ojo, que un buen banquete no necesariamente tiene que ser algo o alguien especial. Conocí a Nietzsche, su inteligencia no se condice con el sabor. Su carne era rancia, se ve que la sífilis queda impregnada. Proust era otro iluminado, pero su cuerpo estropeado, no servía ni para alimentar una mosca. En cambio hace cien años en Los Alpes conocí a Herman Hesse, ese si que le saque provecho lentamente. Nunca me voy a olvidar que lloró como una mariquita insoportable cuando le saltamos encima. Nosotros, con el correr de los años, aprendimos a no hacerle asco a nada, hasta sacerdotes hemos devorado.

Con una mano donde le iba creciendo largas y afiladas  uñas, levantó a Damián y con la otra le acarició la mejilla.

Buscabas la oscuridad, al fin la encontraste, le dijo.

Damián estaba entumecido. Sintió algo caliente entre las piernas, se había orinado encima.

De la oscuridad surgieron los otros, ya transformados, las caras arrugadas, las manos flacas y torcidas. Enseguida lo rodearon, empezaron a sacarle la ropa. Gollum se lo quedó mirando fijo. Ahora vas a conocer el mal.