La luna llena brillaba enorme sobre la arboleda del fin de la calle. Lejos se escuchaba el ruido de música fuerte del rock del puti club de los Redondos en la voz del Indio Solari. Ahí, justo a dos cuadras, un joven desalineado eructaba olor a vino rancio mezclado con los ácidos estomacales.

Sus pasos eran lentos, sus piernas esqueléticas ya no podían ni siquiera con su cuerpo delgado, casi piel y hueso. De hecho pesaba más la campera de cuero a cierre que llevaba puesto. Su pelo era rizado y llegaba hasta la mitad de su espalda. Sus jeans rotosos y sucios con las rodillas de tierra. Debajo de su campera una remera blanca con la lengua roja, de los Rolling Stone, agujereada como si hubiera estado en medio de una batalla de ropero desvencijado donde las polillas tienen su república.

Estaba mareado, caminaba encorvado y su rostro huesudo le pesaba a su débil cuello. Su respiración comenzó a ser más fuerte, su corazón parecía salirse de su pecho y ahora jadeaba como si el aire hubiese dejado de existir.

Se dejó caer al suelo como una bolsa de papas. Y como pudo se apoyó sobre un paredón de ladrillos de un depósito abandonado. Estaba solo en esa vereda, solo un par de perros sarnosos dormían arrollados a unos metros.

Buscaba serenarse, tratando de encontrar la calma en algún pensamiento bueno abandonado en algún lugar de su cabeza. No hallaba nada. Sentía que la vista se le nublaba, sus pupilas se agrandaban y comenzaba a sentir una mutación en su cuerpo.

Estaba asustado y cerraba los ojos para tratar de no ver lo que le estaba sucediendo. Pero la intriga era mas fuerte y a pesar que se negaba, algo dentro suyo le pedía que se observara.

Comenzó mirándose los brazos, los cuales sentía más rígidos, mas musculosos, con mayor fuerza, sus manos engrosaban y sus uñas renegridas de mugre crecían mas de la cuenta convirtiéndose en garras.

Sentía temor pero a la vez grandeza, nunca antes había experimentado su cuerpo tanta fuerza, tanta musculatura como la que veía cuando se levantó la remera y miró sus abdominales. De pronto algo en su rostro empezó a cambiar. Primero sus cejas crecían, se hacían más largas y tupidas, su pelo ya llegaba hasta su cintura. Sus pómulos engordaban y de su boca de dentadura podrida de caries y marmolada de tabaco, comenzaron a crecer unos largos, filosos y brillosos colmillos blancos que se dejaban lucir sobre su labio inferior.

Lanzó al aire un grito desgarrador, golpeaba su pecho como un gorila, aulló como un lobo en celo en luna llena. Aunque al tocar su rostro dio cuenta que era más parecido a un vampiro.

Se paró sobre sus piernas firmes y comenzó a dar pasos agigantados hasta a aquellos dos perros sarnosos que los miraban con cara de estupor. Se paró frente a ellos y se agachó, tomó a uno por su lomo con la mano derecha, mientras que con la otra apretó su hocico hasta hjacerlo llorar del dolor aunque no hacia nada por defenderse. Lo soltó dejándolo caer al suelo y comenzó a lanzarle patadas. Casi todas cayeron sobre sus débiles cuerpos, muchas sonaron a hueso roto.

Los perros llorisqueaban de dolor. Uno pudo pararse y mientras iba haciendo una corredera de sangre, escapó rengueando. El otro tuvo peor suerte, sus intestinos estaban reventados, ya ni lloraba, sus patas sostenían su cuerpo en alto, mientras su cuello quebrado no podía hacer lo mismo con su cabeza. Al tiempo lanzó un vomito de sangre y quedó tendido.

El joven miraba la sangre, miraba detenidamente la muerte. Le gustaba. Sentía placer. Apoyó la mano en el charco y luego la lamió.

Se dio vuelta y comenzó a caminar en dirección al bullicio, al pub, aquel de donde había salido unas horas antes.
 

Pasó por delante de una estación de servicio como un zombi, no vio que en la playa un muchacho cargaba gas oil y lo vio pasar. Este quedó boquiabierto, no creía lo que veía, un joven con el rostro ensangrentado, aunque después recapacitó y creyó que se trataba de uno de los tantos que se pelean a la salida de un boliche.
 

Ya había hecho dos cuadras sin detenerse, respiraba profundo por la nariz y exhalaba por la boca. Llegó hasta una esquina a oscuras y unas risas lejanas, le llamaron la atención. Dobló su cabeza hacia la derecha y vio dos personas que apenas se distinguían sus siluetas en la oscuridad.

Sus pasos parecían prepotentes, caminó hasta ellos. Eran un adolescente y una chica que entre besos ensalivados comenzaban a desvestirse. Los dos no dieron cuenta que estaban siendo observados, no sintieron la presencia del intruso que estaba tan solo a unos pasos de ellos.

Ella ya estaba trepada a la cintura del chico, y este la sostenía contra la pared. Entre jadeos y sobre los hombros de su acompañante la chica lo vio. Al principio sintió placer de ser observada mientras cogía, pero el joven no detuvo sus pasos y se fue encima de la pareja. Lo tomó de la cabellera al adolescente y lo tiró al suelo, la chica quedó parada, el pánico le dio quietud y el jovén la tomó de los brazos decidido incarle sus colmillos, pero en ese momento, por detrás, el otro comenzó a pegarle con un tronco que había sobre la vereda. El joven no sentía dolor y no abandonaba lo que pretendía hacer. Pero un golpe seco en la nuca casi lo tumba. Se dio vuelta y comenzó a correr al muchacho, quien era más ágil y pudo escapar.

Cien metros corrió cuado la fatiga era mas fuerte que el. Se detuvo y volvió a recobrar la memoria que por un momento había olvidado. Pensó en esa joven de rasgos finos, dio media vuelta y comenzó a caminar sintiendo que sus pies ya no tocaban el suelo, sintió que volaba, tenía sed de sangre y la encontró.

Ella corría como podía en búsqueda que alguien la auxilie. Era una joven de baja estatura, que vestía toda de negro con tachas en sus muñecas y en el cuello una correa de perro con puntas filosas de acero.

Llegó hasta ella, la tomó por la espalda y mientras sollozaba suplicaba que no la matara.

El no hablaba, solo la sostenía con una de sus manos, mientras que con la otra sacó la correa del cuello. Se quedó mirando su piel rozada que blanquecía mas de la cuenta por el maquillaje. Ella estaba tiesa y ya nada hacia cuando él acercó su nariz a su piel, la olió, pasó su lengua sobre sus labios como previamente saboreando el gusto de su presa. Sintió que sus colmillos buscaban libertad fuera de su boca. Apoyó sus dientes y la mordió.
 

La chica se quejó del dolor en un grito seco y se desmayó. En cambio él la acomodó en el suelo y siguió con sus mordidas. La sangre brotaba con presión de su yugular, era sangre caliente, oscura casi bordó. Era tanta que mucha caía al suelo. Estaba desesperado y lamía como animal cuando de lejos escucha la voz de alto. Miró por encima del cadáver pálido de la joven y vio a metros una luz azul que lo encandilaba. Se paró y comenzó a caminar hacia ella con toda sus manos, boca, nariz y rostro embadurnada de sangre.

Un policía ya estaba apuntándolo y detrás de él, el novio de la chica que observaba la secuencia.

El joven caminó y caminó en dirección al policía, nunca tomó decisión de huir, le estaba haciendo frente. El agente cuando lo tuvo más cerca, vio que estaba ensangrentado y le ordeno que se quedara quieto y que se tire al suelo, en cambio el respondió mostrando con una especie de rugido felino y su dentadura. Se sentía inmortal y comenzó a correr enceguecidamente, sordo ante la amenaza policial que disparaba. Siguió y encontró la respuesta.

Un tiro certero en el pecho. No le dolió, se observó como se teñía de sangre su remera y volvió a sus pasos.

Otro tiro pegó cerca de la ingle y perdió estabilidad, pero el dolor no aparecía y siguió avanzando hasta que otro dio cerca del pecho. El golpe lo sacudió cayendo tendido en el suelo. 

Sus piernas tiritaban de frió en la camilla de la ambulancia hasta que quedó adormecido. Tubo un paro cardiaco pero un médico lo revivió con electro shock.

Fue operado. Le quitaron las balas incrustadas en sus órganos y huesos y ahora estaba conciente acostado en una de las treinta camas del hospital con sondas intestinales y drenajes.

Hoy le prometió al juez que nunca más se drogaría, al menos con esos ácidos que tomó esa noche que lo hicieron alucinar que era un vampiro.