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EL HOMBRE DE LA BOLSA

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EL HOMBRE DE LA BOLSA

El barrio amaneció convulsionado. Sirenas policiales, de ambulancia y de los bomberos se escuchaban a la distancia y en las inmediaciones. Cientos de espectadores, todos vecinos se acercaron a la plaza para ver qué era lo que estaba sucediendo. Se escuchaban gritos y llantos de desconsuelo. Varias mujeres lloraban y eran contenidas por el resto. La zona estaba vallada por los policías que iban de un lado a otro. El escenario era escalofriante, el cuerpo mutilado y desmembrado de Andrés Páez, de nueve años fue encontrado por un hombre cuando daba vueltas en sus ejercicios matinales.

En el centro de la plaza estaba el cuerpo con una de sus piernas, un brazo dentro de uno de los cestos de basura, mientras que la cabeza del niño estaba sujetada al soguín del mástil. Uno de los brazos apoyado sobre un tronco de árbol. Cuando llegaron los forenses y sacaron fotos y buscaban otros indicios en la zona, juntaron los pedazos del cuerpo desperdigado, poniéndolo dentro de bolsas negras para llevarlo directamente a la morgue judicial, mientras los padres del menor fueron directamente a declarar a la comisaría.

Maria, la madre, estaba en estado de shock, no podía hablar, su mirada fija desconcertante, no podía aceptar la realidad de lo que estaba sucediendo, mientras que Carlos, el padre, tampoco salía de su asombro pero estaba anímicamente más entero. Ninguno entendía como el hijo había llegado a la plaza, porque no era de salir a jugar con amigos ni siquiera a la vereda, era de esos niños que pasan  más tiempo jugando a los videojuegos o leyendo historietas, además que ni siquiera sabía cómo ir hasta la plaza, no cruzaba la calle solo. 

La noche anterior, como todas las otras noches, cenaron cerca de las  22 horas y luego de un berrinche de Andrés y una pelea con su hermano mayor por dos años, el padre los amenazó y los mandó a la cama sin terminar de comer.  El matrimonio terminó de levantar los platos de la mesa, los lavaron, acomodaron y se sentaron en el sillón del living a ver una película. Cerca de la medianoche apagaron las luces, abrieron la puerta de la habitación y vieron que los chicos dormían. Desde ese entonces no supieron nada, hasta hoy a la mañana que una vecina desesperada, golpeó fuertemente a la puerta para dar la noticia. Carlos lo primero que hizo ante el desconcierto fue correr hasta el dormitorio y vio que su hijo menor, efectivamente, no estaba. Con la primer ropa que tuvieron a mano, la pareja, se vistieron, caminaron las siete cuadras que hay entre su domicilio y la plaza donde se toparon con el horror.

Los investigadores a simple vista no encontraron un móvil, aunque todas las sospechas caían sobre el vínculo familiar. Los primeros resultados de la autopsia indicaban que el niño había muerto mientras le mutilaban el cuerpo. Las heridas daban señal que las partes del cuerpo no habían sido cortadas, sino arrancadas, lo que habría otro interrogante; la fuerza bestial del asesino, que lo descuartizó en la misma escena del crimen. El informe daba cuenta que faltaba uno de los brazos, a pesar del  rastrillaje minucioso, por lo que barajaban la hipótesis, que el asesino se lo podría haber llevado como trofeo.   

La pareja de oficiales Carla y Miguel, al día siguiente golpearon la puerta de la casa, el hombre de fajina, que trabajaba en un taller en la parte trasera de la casa como herrero, abrió la puerta, los hizo pasar, le pidieron revisar el cuarto de los niños, donde la cama aun estaba con las sábanas y la frazada revueltas de la noche anterior. Miraron dentro del ropero, en la mochila del colegio y no hallaron nada interesante, más que unos dibujos en crayones donde se interpretaba un niño en el medio de una espesa oscuridad pintada con trazos fuertes. Debajo, otras hojas con una especie de sombra que se colaba detrás de una puerta y el tercer dibujo era sobre un sujeto encorvado con una bolsa marrón colgando detrás de su espalda. Miguel agarró las hojas, las dobló en tres y se las guardó en el bolsillo interno de su saco. Salieron a la calle agradeciendo que los hayan dejado pasar y se fueron directamente a la comisaría. 

Apenas ingresaron a la departamental, se reunieron con una psicóloga a la que le dejó los dibujos sobre el escritorio. Los miró detenidamente, levantó la vista y los miró a los dos agentes con un rostro de suspenso inquietante. Les dijo que los gráficos hablaban de un miedo desmedido, pero que no todos los dibujos eran de la misma persona.  Los agentes  se levantaron, caminaron hasta la máquina de café y un especialista forense se les acercó pidiéndoles que lo acompañen. Se encerraron en un cuarto, cerraron la persiana y los tres se sentaron en el escritorio. El hombre tenia una carpeta que abrió dejando a la vista centenar de fotos de una niña asesinada de forma similar.

La imágenes eran conmovedoras de un horror espeluznante. La niña se llamaba Daniela Rios y coincidía con la edad de Andres. Castaña, de cara redonda y brazos y piernas delgada. Mirando su rostro, parecía dormir plácidamente. Sus ojos morados daban la sensación de la presencia de muerte en su cuerpo. Su pecho desnudo abierto y vacía, sin órganos. Su piel pálida de uñas oscurecidas, le habían arrancado una de sus piernas que tampoco encontraron por ninguna parte. La carpeta tenía cientos de fotos, de las heridas en primer plano, su boca de labios resecos y pálidos, sus uñas rotas y renegridas y buscando entre todas miraron las de la escena del crimen. La niña había sido hallada por la mañana, cuando la madre después de varios gritos para que se levantara a desayunar, ofuscada fue a buscar, encontrandola con el pantalón del pijama ensangrentado, las piernas salían debajo de la cama, como si hubiera intentado ocultarse. Cuando los peritos policiales removieron la cama de lugar, sobre el suelo de Parquet, se podía ver las marcas de sus uñas, había rasguñado el sueño, dejando pedazos de piel y uña sobre el suelo.

Cuando los dos agentes se disponían a ponerse de pie para retirarse, el perito, le dijo que esperen, aún tenía algo más que comentarles. La niña había sido encontrada muerta hace dos semanas en la Localidad de Rafael Calzada a unas treinta cuadras de la casa de Andrés, y tenían en común una relación familiar, eran primos hermanos. El padre del niño, era hermano de la madre de Daniela.

Tanto Carla como Miguel salieron al pasillo. Por un instante se quedaron perplejos, se miraron y no podían entender qué era lo que estaba sucediendo.

-Por lo que dice el perito, eran parientes. No cabe la menor duda que tenemos que saber más sobre el entorno familiar. No puede ser meramente una coincidencia. – Dijo miguel

-Tenemos que averiguar cual es la relación de las dos familias en los últimos meses. No se si estamos ante la presencia de un asesino serial o una venganza contra la familia. Hay que buscar antecedentes, la muerte de los niños, se parece mucho a un ajuste de cuentas de narcos, sino no hay otra razón. lo otro que nos queda por saber, es si los padres están metidos en alguna secta o paganerio.

Esa noche Miguel no pudo conciliar el sueño, daba vueltas en la cama, transpiraba, tenía pesadillas con el rostro de los dos niños, se sentó colocando dos almohadas sobre el espaldar de la cama, miraba la oscuridad de la habitación, las sombras, el resplandor que entraba por la puerta entreabierta. Le venía a la mente los dibujos encontrados en el cuarto de Andrés y su hermano, de quien necesitaba conocer la versión de los hechos.

Carla en su casa, terminó de acomodar sus cosas, se saludó con un beso en la boca con su esposo, que dejó los anteojos y un libro sobre la mesa al lado del sillón donde se encontraba un Velador alto, que dejaban prendido por las noches e iluminaba tenuemente todo el living. Fue al baño a cepillarse los dientes y entró al cuarto de su bebè de un año que  dormía plácidamente. No podía dejar de mirarlo. Comenzó a llorar en silencio, se sentía angustiada pensando en su hijo. Se le cruzaban por la mente las posibilidades que algo malo le pudiera suceder. Caminó hasta la puerta de su habitación pero inmediatamente se volvió y acurrucada en el suelo, a los pies de la cuna, pasó toda la noche.

A primeras horas de la mañana siguiente, Carla y Miguel se encontraron en una estación de servicio cercana a la casa de los padres de Andrés. Pidieron medialunas y café. Los dos sonreían cargándose por los rostros de mal dormir y por las ojeras que los delataban. Con los primeros sorbos calientes pensaban en todas las posibilidades de la pesquisa. Profundizar en las declaraciones de ambos padres. En ese instante una camioneta trafic Blanca sucia estacionó en los surtidores. Un hombre flaco desgarbado bajó a conversar con uno de los playeros que inmediatamente comenzó a cargarle combustible. 

Miguel se había quedado mirándolo fijamente, en cambio Carla miraba a su compañero sin entender que estaba observand, qué lo había abstraído, como si algo lo hubiera sacado de contexto. Chasqueó los dedos y él inmediatamente reaccionó.

-¿Qué es lo que tanto te llamó la atención?

-Ves esa camioneta que está ahí… me hizo pensar en la noticia que tanto dio vuelta en la boca de los vecinos hace unos años.

-¿Qué pasó? 

-Una mañana vaya a saber quién comenzó a circular un mensaje por grupos de Whatsapp, que en las inmediaciones de la plaza andaba una trafic sin patente. El mensaje con el correr se viralizó pero lo empezaron a cambiar, después otros decían que vieron bajar dos sujetos y secuestraron a un chico a la salida del colegio mientras estaba sentado en un banco comiéndose un helado. La noticia siguió transitando y siguió cambiando, al punto que grupos de madres de otros colegios aledaños dijeron haber visto lo mismo pero en otra zona. Después apareció gente diciendo que conocían a los vecinos de los padres del niño desaparecido, luego los amigos de los vecinos de los padres del niño desaparecido, y amigos de los amigos de un conocido de la familia del niño desparecido. ¿Sabes qué? todo era falso. Todo era un relato basado en rumores. A tal punto que varias personas venían a la comisaria hacer denuncias porque habían visto una camioneta con ciertas características, y si claro que la van a ver si hay miles de camionetas blancas modelo trafic. La paranoia, que se hace por medio de noticias falsas con la velocidad de la mensajería o redes sociales, hace que por momentos se vuelva incontenible. Nunca existió ese hecho, nunca existió esa camioneta en particular. No existió el secuestro pero en el consciente colectivo del barrio, aún hoy quedó como un hecho real. 

– Algo similar es lo que sucedió a fines de los 80. El caso tuvo mayor trascendencia, sobre todo si tomamos en cuenta que no existía internet. Diarios, radios y la televisión, sobre todo noticieros sensacionalista llenaban de titulares el robo de niños, que luego eran hallados mutilados en las estaciones de tren o en algún baldío o descampado. La noticia se volvió más relevante, cuando decían que eran secuestrados y los pasaban para la frontera con Brasil, donde eran diseccionados y vendidas sus partes en un mercado negro para aquellos que necesitaban donantes de órganos.   

– Es el miedo lo que corroe, te paraliza, te inhibe, no te deja pensar. El miedo es la amenaza más grande, quizás la única que tenemos los seres humanos..

-Estos niños antes de morir sintieron el miedo en carne propia. -dijo ella con rostro afligido

Carla y Miguel se pusieron de pie, dejaron el pago por el desayuno sobre la mesa, subieron  al auto y se fueron directamente a la casa de los Páez. Como el día anterior golpearon las manos, el hombre volvió atenderlos, pidieron de hablar con la mujer, pero aun seguía en estado de shock acostada y sedada. Preguntaron si podía hablar con su hijo, el hombre en primera instancia dudó pero lo llamó para que hablara.

Todos sentados en el living, por un momento hubo un silencio abrumador. Miguel sacó los dibujos que el día anterior había sustraído del cuarto, los puso sobre la mesa ratona uno al lado de otro y mirando al niño, preguntó a qué era que le estaban teniendo tanto miedo, a quien estaban dibujando. El chico levantó la mirada, primero mirando a su padre mientras se mordía la boca,  estaba nervioso, sus piernas colgando en el sillón no paraban de moverse.

-¿A qué es lo que tienen tanto miedo?- repitió miguel- Necesito saberlo. Somos policías, queremos capturarlo para que no te haga nada… 

-No pueden con él, no es un delincuente, viene del más allá.

-¿Qué quisiste decir con eso?

-Es un monstruo… que viene por las noches…. mi hermanito lo llamaba el cuco… viene cuando nos portamos mal… estoy seguro que él se lo llevó.

Los dos policías se miraron entre sí, estaban perplejos, no sabían qué decir. El padre se notaba molesto.

-¿Eso es a todo lo que vinieron?

-No. También queríamos hacerle una pregunta a usted. ¿Cuál era la relación de ustedes con la familia de Daniela Rios?  

-Perfecta… -tartamudeaba, se puso nervioso – una semana antes que encontraran a la niña muerta en la habitación, las dos familias nos juntamos en la casa de ellos, pasamos un domingo maravilloso, comimos asado, reímos mucho y nos acordamos de cosas del pasado, cuando nosotros éramos niños. Cuando nos retaba nuestro padre, cuando nos asustaban y nosotros llorando nos íbamos a la cama. Pavadas.

-Como hiciste vos todos estos días – dijo en voz pausada el niño, mientras el hombre parecía salirse de sus cabales con sus ojos irritados y comiéndose las uñas.

-Creo que es hora que se vayan. Mi familia está muy mal, estamos sufriendo – dijo con el hombre que se paraba y con el brazo extendido apuntando a la puerta los invitaba a retirarse. 

Carla y Miguel se levantaron y solo saludando al niño, abandonaron la casa. Cuando estaban a punto de subir al auto, suena el celular de ella, se trataba del comisario, que le indicaba que se estaban comunicando de otra seccional del Tigre, donde un sujeto de unos cuarenta años, entró nervioso a los gritos diciendo que sabía quién había matado a los niños. Inmediatamente subieron al auto y a toda velocidad subieron a la autopista, cruzaron toda la ciudad de Buenos Aires, y en menos de una hora se hicieron presentes para poder presenciar la declaración del sujeto que estaba demorado por el personal policial.

Dentro del cuarto, sin esposas, el hombre de unos cuarenta años, de cabello crespo despeinado, con barba crecida de una semana y un lunar del tamaño de una aceituna sobre la mejilla izquierda. Estaba desabrigado y desalineado, apenas con una remera blanca de cuello agrandado y la tela picada y desgastada, un blazer de lana beige estirado, jeans rotos y percudidos con zapatillas de lona blanca sucias y sin medias, permanecía sentado. Sus manos temblorosas, cabeza gacha y mirada inquieta observando cada rincón, las cámaras y el vidrio espejado, donde por detrás Carla y Miguel lo observaban detenidamente.

 Alberto Nicanor Rodríguez era su nombre, estaba junto a uno de los detectives haciendo las primeras preguntas del interrogatorio,sentados de frente. Balbuceaba algo entre dientes que no se lograba entender, mientras se hamacaba en la silla, hacia adelante y hacia atrás mientras se rascaba la palma de la mano intensamente despellejandose hasta lastimarse. 

-Señor Rodríguez puede decirme como usted a cien kilómetros puede saber quién mató al niño Andres Paez? ¿tiene algo usted que ver? -preguntó el policía

De pronto se calló. se aquietó en su asiento y lo quedó mirando fijamente al policía. 

-Yo fui víctima…- gritando-  una de sus víctimas – por unos segundos se quedó con la mirada fija sobre la mesa vacía – …pero pude escapar.

-Y quién mató entonces al niño? necesitamos de su colaboración.

El hombre levantó la mirada y la fijó por un instante en el agente que tenía enfrente.

-No es humano, es un ser demoniaco…

El policía por un momento, a pesar que sintió ganas de reírse a carcajadas en la cara, se contuvo con  el rostro serio. Se levantó sin decir una sola palabra, salió del cuarto y se reunió con los demás.

-Este tipo es un lunático o está falopeado o vaya a saber qué. Es irracional lo que está diciendo.

Miguel seguía mirándolo por el vidrio mientras a su mente venían las palabras del hermano de Andrés que coincidían con lo que Alberto decía.

-Necesito interrogarlo – Dijo Miguel mientras miraba a su compañera y demás policías que asintieron con la cabeza.

Miguel se sentó apoyando sus codos sobre la mesa y sobre sus puños su cabeza.

-¿Explíqueme señor Rodríguez como es eso que es un demonio lo que mató a los niños? y como usted pudo salvarse.

-Pude salvarme.  Era un niño, pero algún día va a venir por mi. El miedo sigue dentro. Y mientras tenga miedo él va a estar con vida. Vive de nuestro pánico. Se alimenta de eso, es un devorador de miedos. Se lo llama de mil formas, el cuco, el hombre de la bolsa, el monstruo de la sombra, tiene infinitos nombres, pero es el mismo demonio. La historia de su existencia se remonta a cientos de años. Mi padre trabajaba con fuerzas oscuras, brujerías, ofrendas. Por eso es que sé sobre su poder. Está en el libro Malhelaj Demonoj. La familia de las víctimas tienen que saber algo. O traen de arrastre del pasado algo que los vincule. Es por eso que no es casual que los dos niños hayan muerto en tan pocos días de diferencia de formas tan extrañas. Mi padre antes de morir me dijo que me prepare que sea valiente para enfrentarlo. Cuando uno trabaja con estas fuerzas sobrenaturales es como que abre un portal infinito lleno de posibilidades. Los demonios suelen trabajar para los que se los convoca pero siempre piden algo a cambio.

Miguel escuchaba cada una de las frases de Rodríguez, recordaba las palabras del Padre de Miguel Páez cuando explicaba que hace semanas las dos familias se juntaron almorzar y entre chistes y recuerdos del pasado, recordaban como sus padres los asustaban de chico. Entendió que no había casualidad, y a pesar que para el resto parecía una locura, comenzó a creer en Alberto y en su mente recreaba la escena de la charla de la madre de Daniela con el papá de Miguel  que luego días después, pusieron en prácticas con sus hijos. Las mismas amenazas de miedo que hacían con ellos sus padres.

Esa noche no pudo dormir, estaba desvelado al igual que Rodríguez que quedó sentado en el suelo frío de la celda. Miguel daba vueltas de un lado para otro hasta que se levantó, abrió su Notebook y se sentó en el escritorio. Abrió el buscador y los resultados coincidían con los datos de Rodriguez. Veia imagenes de homicidios a los que se lo acusaba a un ser misterioso, en las imágenes estaba caracterizado con una vestimenta similar a la de los antiguos monjes, una especie de túnica con capucha igual que la que usa la parca. Por un instante se quedó detenido en el Cuadro que el famoso pintor español Francisco de Goya había retratado en 1747 llamándolo Coco. Sobre la leyenda también encontró relación con la canción de cuna «duérmete niño, duérmete ya, que vendrá el cuco y te comerá» infligiendo siempre pánico a los niños.

Inmediatamente recurrió a sitios de crímenes históricos y encontró que en 1930 en plena epidemia de la tuberculosis en Argentina, una familia adinerada, con el padre muy enfermo recurrió al curandero más famoso de entonces; el señor Francisco Jiménez quien pidió la vida de un niño  como única cura. En la desesperación, el hijo mayor, en menos de una semana secuestró en las calles a  un chico de 9 años de nombre Estanislao Cespedes. 

El hombre enfermo completamente débil se encontraba postrado. El curandero fue hasta el domicilio y sobre la cama del moribundo ataron al niño, lo amordazaron y con una cuchilla larga delgada y filosa del ombligo hasta el esternón lo rebano como un fiambre. La sangre tardó por unos segundos en brotar, pero inmediatamente tiñó todas las sabanas haciendo un lago mientras el niño dejaba de llorar. El curandero introdujo sus manos, desechó los órganos al suelo y llenó sus puños de la grasa del cuerpo, y mientras decía una oración en latín convocando al Señor de las sombras, enmantecó, untando con sus manos todo el cuerpo del hombre al que le quedaban días de vida. Luego desecharon el cuerpo del joven arrojándolo a uno de los tantos arroyos que cruzaban la ciudad de Buenos Aires por ese entonces. El cadáver  fue encontrado tres semanas después orillando el Río de la Plata. El caso se terminó descubriendo, porque el mismo secuestrador, el hijo mayor, en las noches posteriores perseguido por pesadillas y casi al borde de la locura, fue a la comisaría a reconocer su culpabilidad. Inmediatamente detuvieron al curandero, quien murió a los pocos años en la cárcel de lepra, mientras que en la familia una serie de sucesos misteriosos e inexplicables fue terminando con la vida de cada uno. Tiempo después algunas versiones decían que el curandero los había maldecido, por haberlo metido preso, convocando la misma fuerza que se quedó con sus almas.

Miguel terminó de leer e inmediatamente cerró la tapa de la Notebook, abrió el sobre del informe sobre la muerte de los niños. Observó que a cada uno le estaba faltando un pedazo del cuerpo que nunca fueron hallados, por lo que llegó a la conclusión que el demonio, estaba armándose un cuerpo entero con pedazos de otros. Ingresó dentro de los archivos forenses de la policía federal, y no se encontraban casos similares. En ese instante se vistió y lo más pronto que pudo subió a su auto y fue directo por Rodríguez. Entro a la comisaría, distrajo al oficial de guardia, abrió la celda y casi arrastrando del brazo se llevó al hombre.

-Qué estás haciendo? -preguntó Rodriguez

-Vamos a terminar con tu pesadillas, vamos a terminar con todo esto….

-¿Vos estas loco? – dijo casi implorando y comenzó a llenarse de miedo.

Lo subió al auto, lo llevó hasta su casa, le obligó a tomar unas pastillas sedantes a las que se rehusó, pero a la fuerza hizo que las tragara. Al cabo de unos minutos; Rodriguez estaba durmiendo. Miguel lo recostó en el suelo del living de su casa y se sentó en una silla esperando una señal.

Pasó una hora y el cuerpo se mantenía inerte, los minutos fueron pasando en el reloj de pared despues de la segunda hora, comenzó a dar sacudidas intermitentes, primero las piernas, luego los brazos, hasta parecer epiléptico en todo el cuerpo. Miguel lo observaba, estaba nervioso, dudaba si no era una convulsión porque lo había pasado de sedantes, hasta que de pronto gritó un “no” de pánico. Estaba dando señales que ya se había encontrado con su miedo.

En tanto Rodríguez dormido, sin control de su cuerpo, se sentía completamente despierto dentro de su sueño, como si se tratara de otro universo, otra dimensión, otro plano. Su respiración agitada, sentía como el miedo le invadía el cuerpo. Estaba en un lugar completamente a oscuras, no se veía ni las paredes ni el suelo, apenas un resplandor tenue que provenía de  un haz de luz a lo lejos. Comenzó a caminar hacia la iluminación, su corazón latía cada vez más fuerte, exhalaba vaho con su respiración, el trayecto se le hizo infinito, cada tanto con el rostro de desesperación miraba para atrás, sentía ruido a cadenas, pasos, una presencia invisible que lo acompañaba a cada paso.  De pronto y agitado de tanto caminar se vio debajo de la iluminación. Miró para un costado y estaba la cama y la mesa de luz de la casa de su infancia con la frazada térmica de autos de colores,  inmediatamente miró para el otro lado y vio el ropero marrón oscuro y al lado la puerta de la habitación. Volvió a mirar a la cama y se vio a él de chico tapado hasta los ojos tiritando de miedo como miraba a la puerta. Volvió a dirigir la mirada a la puerta y vio como el picaporte se movía. De pronto se aquietó y luego como golpes de patadas y la puerta que se entreabre. cayendo en la cuenta que ahora el de adulto,estaba dentro de la cama. Su piel de gallina, sus manos temblorosas y lastimadas. Sus dientes apretados y sus ojos con el ceño fruncido. Sentía que por momentos se quedaba sin respiración. En ese instante la puerta se abrió un poco más y sobre el suelo se reflejaba una silueta alargada. Se decía a sí mismo que eso no podía estar pasando, se tapó hasta la cabeza. Cerró los ojos y repetía casi balbuceando que todo era mentira. De pronto, sintió como a los pies de la cama, el colchón se hundió como si alguien se sentara. El lugar se inundó de frío, se entumeció y se acurrucó. La cama comenzó a vibrar, al mismo tiempo que sostenía fuertemente las sábanas y la colcha que intentaban quitársela a la fuerza. Aguantó todo lo que pudo, y terminó cediendo quedando al descubierto con un pantalón de pijama infantil. Abrió con miedo los ojos y la silueta estaba parada a centímetros de él. Podía sentir la respiración tibia, el aliento nauseabundo, el olor a putrefacción. Estaban cara a cara. Comenzó a llorar como un niño y no podía evitar no mirarlo. En un sonido como si viniera del exterior, escuchó golpes a una persiana de ventana que no veía y del otro lado reconocía la voz anciana de su padre difunto que lo amenazaba con que iban a venir por él, porque se había portado mal. La amenaza del padre seguía diciéndole que el hombre de la Bolsa tenía hambre de niños, y lo iba a cortar en pedazos y lo iba a cocinar en una enorme olla a presión para luego deglutirlo.

Rodriguez gritó, pedía por favor que fuera todo irreal, se decía así mismo que no tenía miedo a pesar que lo estaba sintiendo como cuando era niño, cuando ante las amenazas se quedaba dormido. 

La imagen ahora era tan real como por entonces. El hombre lo tomó del cuello, lo levantó en el aire asfixiándolo poniéndose cara a cara. Pudo ver su rostro en primer plano. De piel marrón desfigurado por completo por cicatrices y quemaduras, de su nariz deforme  salían larvas blancas como dentro de su boca que se entremezclaban con saliva espesa blancuzca  que chorreaba por su labio. Sus dientes amarillentos con manchas amarronadas eran amenazantes, de tan cerca que los tenía sentía que estaba por morderlo, pero el hombre de un solo movimiento  lo revoleó estrellandolo contra el ropero. Cuando se pudo reponer el hombre ya estaba encima de él, lo levantó, lo volvió a tomar con una de sus manos del cuello y con la otra agarró uno de los brazos y comenzó a estirarlo. Sentía el dolor en la carne, en los huesos y en las articulaciones que sonaron a un crack. Rodríguez gritaba del dolor, sentía que lo comenzaba a despedazar cuando del cuello del hombre comenzó a brotar sangre en cantidad para luego caer la cabeza rodando en el suelo.

En ese instante Rodríguez abrió los ojos y nada era como lo que estaba viviendo. Se vio en el estar, con las luces encendidas, el cuerpo del hombre tirado en el suelo con su ropaje harapiento y  Miguel con una tijera de podar ensangrentada.

En ese instante lo ayudó a ponerse de pie, lo abrazó y le decía casi al oído, que sus pesadillas habían terminado. Cerca de la puerta el hombre había dejado la bolsa de tela arpillera marrón de lamparones de mugre apoyadas contra la pared. Miguel se acercó, miró dentro y estaban todos los pedazos de cuerpo que el hombre de la bolsa había arrancado a sus víctimas.

En los días siguientes, Rodriguez fue internado en un hospital psiquiátrico para un tratamiento por sus pesadillas, porque a sus miedos aun no los había superado. En cuanto los pedazos de cuerpos de los niños asesinados, fueron entregados a la morgue, para que luego se reúnan con los cuerpos de los fallecidos para su entierro.

Carla aún estaba estupefacta ante el relato de su compañero, no podía entrar en razón y seguía incrédula, pero aún quería saber como se le ocurrió que podía detenerlo. Después de un sorbo de café y morder la medialuna y con la boca llena, le explicó que después del interrogatorio a Rodríguez y teniendo en cuenta como fueron los sucesos de la muerte de los niños, entendió que atacaba en los sueños, los acorralaba pero al momento de matarlos, se materializaba, por eso esperó al momento que eso ocurriera con Rodríguez y lo sorprendió por la espalda.  Ella siguió sin entender como si le estuvieran explicando física cuántica o chino mandarín. 

Miguel sacó dinero de su billetera, lo dejó al lado de la taza de café, abrochó su saco y salieron a la calle y mientras caminaban hasta el auto sonó su celular y atendió.

-Inspector Torelli

-El habla…

-Me acabo de enterar que acaba de resolver el caso del asesino serial y se trataba de un hecho paranormal

-No se quien es usted, pero por si acaso, no quiero dar reportajes a la prensa

-Disculpe… se que no me he presentado, pero no soy periodista ni mucho menos. Lo llamo, porque vi su eficiencia y que no tuvo dudas en involucrarse con un hecho semejante, al cual, de algún modo lo vivió. O sea ya está al tanto que existen este tipo de sucesos y que hay algo más allá, por lo que usted por haberlo visto con sus propios ojos creé en la existencia de estas fuerzas.

-Vaya al grano … – dijo Miguel mientras miraba a su compañera que le hacía señas con su rostro preguntando quien era.

-Tengo un nuevo caso para usted. En estos momentos tengo un párroco encerrado en una casa tratando de exorcizar a una niña y el demonio interno es más fuerte, necesita ayuda. ¿puedo contar con usted?

Miguel se quedó en silencio, pensaba que decidir.  

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