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GÓTICO (Cap. 6)

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GÓTICO (Cap. 6)

Lo tumbó sobre el suelo y siguió sopapeandolo en el rostro y en el cuello. Lo samarreaba y después de un instante comenzó a moverse. Ante los Grito de Enrique, su esposa apareció para ver lo que estaba sucediendo. Le pidió que le alcanzara una jarra de agua y un vaso. Le tiró sobre la cara para ayudarlo a reaccionar y le metió de prepo el vaso en la boca para que tomara unos sorbos. Martín se repuso con su cabeza apoyada sobre las piernas de su amigo.  

Se sentó con la cabeza gacha y con los ojos entreabiertos, mientras Enrique le quitaba la banda elástica del brazo. Le alcanzaba la jeringa a su mujer para que la tirara a la basura. Ayudó a ponerlo de pie y sosteniéndolo de los hombros lo llevó hasta el interior de la casa y lo sentó en el sillon. Martín intentaba con sus brazos pesados llevarse la mano a la cara para refregarse. Giraba la cabeza de un lado a otro, no podía recapacitar.

-¿Por qué lo hiciste? – Preguntó Martín arrastrando las palabras

-¿Eso mismo te pregunto yo a vos? ¿en qué mierda estás pensando? ¿cuándo vas a dejar esta basura?  ya es hora que te dejes de hacer boludeces.

-Sabes que no me hace nada… es para salir un poco de la realidad, es un momento. Es para sentirme mejor… 

-Si sabes que es por un momento, para que lo haces si tu problema va a volver. 

-No quiero vivir más así. Cada vez me pesa más. Quizás son los años, pero no quiero mas esto. No puedo vivir más.

-Dejate de joder, tomate un cafe, ahi Mariana te lo prepara.

-¿No tenés algo de Alcohol? Prefiero la ginebra antes que al Café

Mariana se acercó le alcanzó una jarra de café negro, bebió dos sorbos con cara de asco.

-Te advierto una cosa Martin. Si queres seguir con la tuya, no cuentes más conmigo y mucho menos vengas a buscar refugio para drogarte. Soy un hombre grande, no estoy para estas movidas.

Martín levantó la mirada y asintió.

-Te preocupas demasiado amigo. Me conoces desde hace años. Sabes que a mi la merca no me da vuelta, apenas me voltea, puedo inyectarme lo que quiera, aspirar la mejor cocaína colombiana o conseguir el mejor opio chino. Todo es pasajero. Jamás voy a poder morir de sobredosis.

-¿Probaste ayuda con tu otro amigo el de la clínica Psiquiátrica?

-Con Leandro no, pero si con el padre, ese si que era una eminencia. Me hizo clinica del sueño, probó con todo tipo de pastillas. Me recomendó varios Psicólogos, me hicieron hipnosis. Pero todo sigue acá -dijo llevándose el dedo índice a la sien.

Martín intentó ponerse de pie con esfuerzo y agarrándose del respaldar del sillón, se acercó a Enrique y le dio un fuerte abrazo diciéndole gracias en el oído con una palmada en la espalda. Le dió un beso  y caminó hasta la puerta. Saludó alzando la mano saliendo a la calle. El frío de junio era intenso, necesitaba sentirlo en su cuerpo. Miraba las luces como destellos de colores. La calle estaba vacía. Unos perros sobre una ochava entre cartones encimados dormían. Caminó varias cuadras en dirección a su casa cuando a lo lejos y despacio vio que se acercaba un taxi vacío, le hizo señas, lo paró y cambió de rumbo a la isla Maciel. 

Al llegar a destino, las calles iluminadas con una luz amarillenta. Por las ventanas de las casas veía algunas siluetas, algunos ojos pegados al vidrio, mientras que a lo lejos se escuchaban disparos  y ladridos de perros que retumbaban en eco. Martín pidió al taxista que frene, sacó de su bolsillo trasero el dinero dejando propina. Esperó que el taxista de la vuelta, caminó hasta la puerta de una casa de frente amarillo con una tenue lámpara roja que colgaba del cable a un costado. Adentro se escuchaba una cumbia. Cuando estaba poniendo la mano en el picaporte, como salido de la oscuridad apareció el Vasco, lo saludó dándole la mano, arrojó el cigarrillo consumido que sostenía en los labios y de adentro de la campera sacó un paquete de cocaína que se lo entregó a Martín que ya en la otra mano tenía preparado el efectivo.   

-Capo, yo se que no me importa, pero que haces con tanta merca, ¿la re vendes? 

-No – suspiro Martín e hizo un instante de silencio –  es para consumo personal.

-Pero vas a quedar re loco, la semana pasada te vendí un cuarto ahora otro tanto, le metes duro.. – sonrió dejando ver su dentadura podrida.  – Igual no pasa nada groso, la mejor con vos. Posta sos mi mejor cliente.

Martín ingresó a la casa precaria de madera y chapa era una simple fachada, aunque todos sabían que funcionaba un burdel. Adentro era oscuro, con cuatro mesas con hombres bebiendo junto a las coperas, algunas sentadas encima de la pierna de los clientes, otras haciendo masajes en las espaldas. Martín caminó hasta la barra, se sentó en uno de los bancos mientras perdía su mirada en el trasero de una de las chicas que se dio cuenta que la estaba observando, lo miró por encima de sus hombros y le entregó una sonrisa pícara con su boca roja y piercing plateado por debajo de su labio. No podía sacarle la mirada, mientras iba de mesa en mesa, entregando botellas de cerveza, vasos de whisky, cobraba poniendo el dinero grotescamente dentro de su corpiño blanco. De una cabellera larga negra azabache, vestía con un short de tela algodon floreada con pequeños flecos alrededor de la manga de la pierna. Una remera corta que dejaba ver su cintura. Aspiró fuerte y pudo a la distancia sentir el perfume que llevaba puesto. Continuaba mirandola detenidamente y ella seguía encontrando sus ojos puestos en sus caderas cuando se iba y sus redondos pechos cuando  que pretendían escapar por el escote de su blusa desabrochada, cuando regresaba. 

El ruso, dueño del prostíbulo, se le acercó a Martín detrás de la barra, mientras él seguía coqueteando y observando a la joven.

-¿Vas a tomar algo? te advierto que ella no está disponible, es mesera 

Martín se dio vuelta lo miro a los ojos y sonrió

-Mucho mejor, eso significa que después que termina de trabajar, puede que me acompañe a mi casa. Acá no estará disponible pero fuera del horario laboral todo puede ser… quiero una ginebra. 

El Ruso, un hombre gordo de tez blanca, con bigotes canosos y barba de días con una nariz porosa y colorada llena de venas de un derrame, frunció su boca como perro bulldog, se rascó groseramente su oreja y caminó a servirle el vaso. En ese instante la puerta se abrió y detrás del sujeto que entró, se coló una ventisca helada que disolvió el smog acumulado en el ambiente. Caminó hasta la barra, se quitó los guantes, desabrochó su campera negra, se quitó la bufanda que llevaba enrollada al cuello y un gorro de lana. Frotó sus manos buscando calentarlas. 

-¿Que te trae por acá Polaco? – dijo el ruso, en voz fuerte llamando la atención de Martin que miraba de costado.

Martin era un habitué del lugar y nunca antes lo había visto. Le llamaba la atención la vestimenta formal, con los zapatos prolijamente lustrados, sus manos cuidadas con uñas rebajadas correctamente, su pelo corto peinado, demasiada pulcritud para un cliente de un cabaret barato en el medio de la isla Maciel, donde nadie aspira a nada, donde las bandas de jóvenes andan como pirañas buscando una víctima y el a simple vista era una presa fácil. Germán miró para todos lados, pero Martín pasó inadvertido ante su mirada sigilosa. Volvió a mirar para todos lados para enfocarse en el Ruso y en voz baja mientras tomaba un vaso de cerveza le dijo.

-Tenemos todo arreglado. El tigre ya habló con el contacto de afuera, en unos días llega al puerto el cargamento. Me dijo que vos tenías dónde colocar algo de la mercadería.

El Ruso primero hizo una sonrisa leve para revolear los ojos y echarse una carcajada.

-German, dejate de joder…. el tigre está en cana, no quiero meterme en líos. Me quedo con lo que tengo, es una locura hacer algo así. El avispero todavía está revuelto…

-Ruso, me conocés desde hace años, está todo controlado. Aparte el tigre te hizo muchos favores, hoy necesita tu ayuda, los tratos fueron arreglados antes que cayera en cana… Además vos sabes, no es cualquier mercadería.

-Huy ahora sos una buena persona – se larga a reír ahogándose en la respiración y toce despegando flema, se repone – Pensé que eras cana, no una carmelita descalza. 

-Dejate de joder Ruso… -se pone serio

-Vos dejate de joder Polaco…. estamos hasta el cuello. Me chupa un huevo que venga un cargamento de dominicanas cubanas y venezolanas muertas de hambre. No quiero bardos. Además por la crisis que hay en la zona, ni los borregos cogen. La isla está muerta. Solo hay chorros, asesinos, es más fácil que vendas armas que pongas a minas a prostituir. Por qué no las colocan en Ushuaia. Dicen que es un buen mercado. 

German golpeó el mostrador enojado con las dos palmas de la mano, se colocó el abrigo y señalando con un dedo justo a la cabeza del Ruso le dice que tiene que cooperar, en tono amenazante. Revolea los billetes y se retira. El dueño de casa se queda mirando fijamente la puerta, recoge el dinero y mira a Martín quien vuelve su mirada al vaso vacío haciéndose el distraído, después de haber escuchado toda la conversación.

La puerta gris vayven del fondo que está pegada a la del baño, se abre, un hombre mayor calvo peina con sus manos arrugadas los pocos pelos largos que intenta tapar la pelada. Detrás Valeria una mujer alta, pelo ondulado marrón casi rojizo, de pestañas largas postizas, boca chica, rostro delgado y pronunciado con una nariz estrada. En sandalias de tacones aguja, vestida con una diminuta bombacha y un corpiño transparente que dejaba ver sus pezones morenos, sale apoyándose en la arcada, gritando desenfrenada quien era el próximo. Dos hombres se paran y dan sus primeros pasos, pero en ese instante ella lo ve a Martín, le chista, se da vuelta sonríendo y camina hasta ella, que con la mano detiene a los hombres.

-Un Momentito caballeros, hoy es martes y no hago tríos. -dijo riendo, guiñandole un ojo a Martin, a quien toma de la mano llevándoselo detrás de la puerta que rechinaba. 

Cierran la puerta de la habitación y la acorrala contra la pared.

-Mi chica Almodóvar – le dice el sonriendo para luego comerle la boca en un beso intenso mientras ella lo agarra fuertemente de la nunca. 

-Te extrañé – dice ella – hace mucho que no venis a verme, estaba harta de todos esos viejos sucios que vienen a que les haga revivir noches que en su puta vida tuvieron con sus esposas. Ni hablar de la pendejada, del guacherío, que se creen que se la saben todas y terminan en dos minutos… obvio que a mi me conviene – larga una risotada.

Martín saca de su bolsillo el paquete, lo abre con sus dedos y sobre la mesa que había en el cuarto, con una tarjeta de crédito, peina unas rayas que comparten juntos para luego volcarse sobre la cama mirando el cielorraso y riendo sin parar. Por un instante se quedan en silencio, se miran y se dan un beso.

-Sos mi recreo de treinta minutos – dijo ella suavemente

-No Vale, pagué toda la noche…

-Que suerte que tengo que encima que sos mi cliente favorito, también sos platudo.

La tomó de la nuca, se la trajo hasta él y comenzó a besarla suavemente en la boca mientras ella fue desabrochando su cinto, luego bajó su cierre y  luego el pantalón hasta la mitad de la pierna. Martín fue bajando por su cuello, quitó el corpiño y besaba sus pezones hasta dejarlos duros. Se arrodilló en la cama, con ella aun recostada boca arriba, tomó la delgada bombacha de cada lado de sus caderas y lentamente fue quitándosela sintiendo la tersura de la piel de sus piernas. Se abalanzó sobre ella con movimientos lentos que cada vez iban ganando mayor velocidad. Ella gritaba, levantaba la espalda de la cama con su cabeza apoyada en la almohada.  Rasguñaba la espalda de él recién tatuada mientras jadeaba. En tanto él besaba todo su cuello, la alzó, poniéndosela encima de su cintura. Valeria subía y bajaba sentada en la cintura de él con los pies apoyados en la cama, mientras con una de sus manos se sostenía todo el cabello que caía hacia un costado sobre uno de sus pechos. Luego la puso en cuatro y parado detrás, con fuerza y con una intensa velocidad sosteniéndose de las caderas de ella fue aún más bestial.

Valeria gritaba pidiendo más, y que no se terminara la noche. Él en silencio, con una de sus manos acariciaba su espalda, sus hombros, la sostenía del cuello, se enroscó su pelo en su muñeca y seguía como una animal furioso hasta que no pudo contenerse y en un movimiento profundo terminó dentro de ella, que cayó rendida, extenuada a la cama. 

-Por Dios, no podes ser tan increíble – Dijo Valeria con la respiración agitada.

-Y pensar que somos amigos… -acercándose a ella, con un codo apoyado en la almohada mientras sostenía su cabeza con la mano.

-Eso es porque vos no querés nada más conmigo… – dijo con una mirada dulce

-Sabes que no puedo… 

-No nos pongamos sentimentales – respondió sacándole la mirada, sonriendo y cambiando el tono de voz – me diste lo que solo vos podes darme, ahora me toca a mi… haceme tuya.

El la miró, le dió un beso profundo. Ella cerró los ojos y puso la cabeza hacia un costado mirando la puerta. Martín se acomodó, acercó su boca al cuello y clavó sus filosos colmillos para saciar su hambre. Valeria hizo un leve quejido de dolor, pero no era su primera experiencia, le encantaba ser la única persona que alimentaba la bestia.

Al cabo de unos minutos ella quedó desvanecida en la cama con la tez blancuzca  y sus ojos oscurecidos. El se acostó cansado boca arriba mirando el techo, pasándose la lengua por sus labios para no  desperdiciar ni una sola gota de sangre.

Continuará…

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