Ascendía por la escalinata de cerámicas hasta el  primer piso de la galería Bond Street, de los locales salía la música de distintos estilos de Rock que se entremezclaban y daban a cada paso una banda de sonido diferente. Con su estilo de ropa oscura, con borcegos negros con la puntera raspada, pantalones de jeans achupinados, una camiseta blanca de cuello redondo, una camisa escocesa azul y negra y por encima una chaqueta de cuero estilo motoquera. Su pelo negro azabache, con el reflejo de las luces daba un tornasolado azul. Su flequillo peinado al costado caía sobre uno de sus ojos hasta la punta de sus nariz chica y respingada. de ojos marrones claros como la miel, prolijamente afeitado, pasaba desapercibido entre los diferentes grupos de jóvenes que se reunían en torno a las diferentes escaleras. Grupos de skaters sentados charlaban mezclando conversaciones sobre música y si debían o no ir el fin de semana a Parque Sarmiento. En otra escalera, apoyadas sobre el pasamanos, una pareja de mujeres repletas de piercing de pelo largo atado con la nuca rapada, se besaban apasionadamente, sin inmutarse ante su presencia. Caminó por el largo pasillo de paredes completamente dibujadas de arte urbano y grafitis, pasando por la puerta de locales de ropa dark y rockerias que estaban cerrando sus puertas. 

Llegó hasta el primer piso donde un humareda de marihuana lo envolvió. Lo inhaló intensamente, le encantaba el olor dulzón. Se detuvo a mirar una vidriera de libros antiguos para continuar sus pasos hasta el local de tatuajes Neverland ink  donde lo estaban esperando. Un gordo de cabeza rapada en cuero, y una barba rojiza que le llegaba hasta pasando el cuello, con su estómago colgando, se estaba tatuando uno de sus brazos, mientras de fondo sonaba a todo volumen una canción de Motley Crue. Apenas el hombre se calzó la camisa y comenzaba abotonarla, el local se enmudeció, el muchacho de ropa oscura miró a Miresha Pink, la tatuadora, le sonrió y cuando el pelado abandonó el local empezó a sonar el bandoneón de intro de una de las canciones del Polaco Goyeneche.    

-Por lo menos esperaste a que se vaya el cliente. Con esa música espantas. Por la música me doy cuenta que estas en uno de esos días depresivos – Dijo ella

-Pero no quiero hablar de eso. Vine porque ya te lo había prometido, hoy es uno de esos días que preferiría no existir- dijo él mientras se quitaba la chaqueta dejándola colgada en un perchero de pared.

Luego se quitó la camisa dejándola sobre la campera de cuero, para después sacarse la camiseta blanca que la dejó caer sobre el suelo. Sentado en la camilla buscó recostarse boca abajo. Su espalda ya estaba completamente tatuada, desde la cintura hasta el comienzo del cuello y por sus dos brazos hasta el puño, mientras que por delante el tatuaje tomaba parte del torso, como si se tratará de una remera de manga larga abierta al frente. Todos sus tatuajes de realismo se mezclaban como un collage. En el centro el perfil del David pensativo rodeado de unas nubes esfumadas  que dejaban ver rostros de angelitos alados, por debajo el infierno en llamas con mujeres desnudas entre telas y demonios desperdigados.Desde su hombro hasta el codo del brazo derecho la torre Babel destruida envuelta en una neblina espesa de tinta, mientras que en el antebrazo una interpretación del purgatorio de Dante Alighieri. En el izquierdo, el coliseo romano sostenido por columnas atenienses que se esfumaban mezclados entre las copas de los árboles del paraíso, con Adán y Eva acostados enlazados con la manzana mordida y una serpiente al costado.

Miresha Pink era su nombre artístico, nadie sabía su verdadero nombre, que adoptó desde que se fue a vivir a Nueva York donde perfeccionó su arte del tatuaje. Treintañera, de pestañas largas postizas, sus cuerpo completamente tatuado, su carta presentación era presumir tener más de mil tatuajes, por donde pasaron cientos de artistas. Su rostro también tatuado sobre la sien y la frente. Con lentes diminutos que le daban cierto rasgo intelectual, con un septum en la nariz y dos expansores en sus orejas.  Siempre vestía minifalda cuadrille roja con tablas y remera de Ramones o bandas punk. Sus piernas firmes  de medias enrejadas negras y borsegos del mismo color. Su pelo lacio hasta los hombros platinado.

Se colocó los guantes de látex, y sin hablarle, ella sabía muy bien que era de pocas palabras y prefería no dialogar, y mucho menos en sus días depresivos. Comenzó a retocarle los tatuajes que con el correr del tiempo se fueron poniendo borrosos y la tinta volviéndose verdosa. El ruido del torno se mezclaba con el tango, el estaba con los ojos cerrados, sintiendo como ella iba recorriendo parte de su espalda, los pinchazos infinitos de la máquina en su piel, podía percibir que parte del dibujo estaba trabajando. Para cuando terminó, sin decir una palabra, se miraron, ella se quitó los anteojos, los guantes, tomó el dinero en efectivo. El comenzó a vestirse y con un solo beso en la mejilla como dos viejos amigos se despidieron. Él aprovechó ese instante para oler el delicado perfume dulce que brotaba de su cuello.

 En la calle se había levantado viento, caminó una cuadra y descendió al subte, el medio de transporte en el que se sentía más cómodo para cruzar la ciudad. Agarrado al pasamanos, con la mirada perdida en los ventanales que dejan ver los muros oscuros de hollín entre estaciones, bajó en 9 de Julio, caminó por los túneles mezclado en el tumulto de la gente que hacía combinación con la Línea C y bajó en Independencia. Al salir, el frío lo envolvió. El cielo grisáceo mezclado con un lila tenue, daba impresión que se avecinaba una noche con precipitaciones.  Caminó por la avenida hasta llegar al bajo, al barrio de san Telmo. Le encantaba caminar en soledad, respirar aire fresco, ver los autos pasar, observaba cada rostro de cada individuo que iba pasado cerca, los veía como entes que van y vienen compenetrados en charlas por medio de auriculares que parecían hablando al viento, en una escena que cincuenta años atrás sería de locos, otros mirando  sus pantallas de celulares ignorando todo el entorno, incluso sin prestar atención a las bocacalles y semáforos y los transeúntes que se topaban. Pensaba en la finitud de la vida, lo tan distraído que son los humanos que pierden minutos horas, días y meses, en cuestiones que deberían ser irrelevantes, que se angustian se deprimen, se enferman hasta mueren en búsqueda de la satisfacción, el placer y la felicidad inalcanzable, pensaba en lo desgraciados que eran perdiendo sus vidas sin saber que todo era una gran utopía como la zanahoria que corre el conejo. Se reía, los observaba, sus caras de preocupación y le daba gracia. Dobló a la esquina y a cincuenta metros entró por una puerta vidriada alta de marco de hierro con un simple cartel que decía antigüedades.

Esquivó algunos muebles todos mezclados, encimados donde conviven el Art Nouveau con algunos roperos estilo Barroco, espejos con formas ovales, tapizados verdes, Varios frascos de vidrio transparente con monedas antiguas. Del techo colgaban centenares de lámparas de bronce. Sobre algunos estantes diarios de décadas pasadas, adornos, candelabros y algunos libros que estaban más de decoración que como artículos de venta.  Un libro de Charles Pierre Baudelaire de tapa marrón le hacía compañía a uno de Voltaire y al lado un vinilo de tapa añosa de Joplin. Caminó hasta llegar al fondo donde detrás del mostrador, su amigo el Anticuario, como le gustaba llamarlo, se paró y se dieron un fuerte abrazo fraternal.

-Tanto tiempo sin vernos… hace como dos meses que no venís por acá – dijo Enrique, su amigo.

-Necesitaba salir de mi casa, pero necesito estar encerrado. no puedo estar mucho tiempo afuera. Las cosas cambiaron. necesito contención y cuatro paredes son más que suficientes. 

-¿Pero que te anda pasando? -dijo el anticuario clavándole una mirada de preocupación.

-Lo de siempre… aparte vine para ver si tenes algo mas fuerte.

-Amigo… amigo… sabes que ya no voy con esa… hace tiempo que dejé ese camino, hice una promesa que estoy cumpliendo a rajatabla hace un año, y gracias a tu ayuda. Ahora es momento que vs dejes esa basura.

Se agarró la cabeza con las dos manos por detrás de la nuca con cara de desesperación, mientras Enrique se quedó quieto y en silencio preocupado por lo mal que veía a su amigo.

-Hace una cosa – Sacó del cajón del escritorio una llave – andate al cuarto de atrás y encerrate, yo ahora en un rato voy a verte y charlamos como en los viejos tiempos. 

Asintió con la cabeza y tomó las llaves yéndose por la puerta trasera cruzando el patio descubierto a donde daban una serie de puertas, era una casa chorizo con una sola cocina para compartir, mientras algunas habitaciones tienen baño en suite que Enrique alquilaba a extranjeros ilegales. Se encerró sin poner llave. Mientras su amigo, terminó de anotar algunos datos administrativos en una planilla excel, respondió algunos correos electrónicos de posibles compradores y bajó la persiana enrejada.  Apagó las luces dejando una sola encendida sobre la vidriera. Volvió hasta el fondo y luego de cerrar la puerta con doble llave, caminó hasta el dormitorio número 5. Movió el picaporte y la puerta estaba abierta, todo a oscuras, no había encendido las luces. Frunció el ceño, no entendía qué estaba pasando. Se dirigió hasta el baño que tenía la puerta entornada, abriendola con una mano, encontrándose con él sentado sobre el inodoro, sin la chaqueta, sin una manga de la camisa puesta, arremangada su remera con un pedazo de manguera atado al brazo y una jeringa en la otra mano muerta.

El cuerpo estaba derrumbado, con la cabeza apoyada sobre una de las paredes azulejadas. De su boca salía una espesa espuma blanca. 

-¡La puta que lo pario! -gritó desesperado Enrique y lo comenzó a cachetear – Martín por favor despertate carajo…. Martín….     

Continuará….