El Reloj de la pared de la oficina vidriada de Mercedes Arias marcó las 11 de la noche con un clic que rompió el hermético silencio. Levantó sus ojos sobre sus lentes, y se sorprendió por la altas horas de la noche. Al volver su mirada a la pantalla de la computadora, vió que el traspaso del dinero de la cuenta Especial de su cliente Martín Strack, se transfirió a una cuenta offshore de un Banco privado de las Islas Seychelles. Más de 4 millones de dólares. Al ver la transferencia, se le dibujó una sonrisa fina en su boca y se sintió aliviada de haber terminado el trabajo. Guardó sus pertenencias en su bolso, acomodó su pollera apretada, se colocó las sandalias de taco alto, se miró al espejo de mano para ver que no se le haya corrido el maquillaje, se peinó su larga cabellera rubia y bajó los 9 pisos por ascensor del banco Intercontinental, donde trabajaba como Ejecutiva de Cuentas Especiales.

Saludó al encargado de seguridad que permanecía sentado en el escritorio repleto de monitores donde controlaba cada movimientos del banco. Salió por la puerta giratoria, sacó de su cartera un atado de Virginia, tomando un cigarrillo delicadamente con sus dedos y lo encendió largando el humo hacia arriba, mientras con la otra mano abrió el Whatsapp en su Iphone y vio que Martín estaba en línea.  Abrió su foto de perfil y se la quedó mirando por un instante, luego le envió un mensaje que inmediatamente borró. Cerró la aplicación, guardó el celular y comenzó a caminar por las calle reconquista en penumbras de luces amarillas y sombras de los bancos y edificios de la zona. 

Mientras caminaba miró varias veces por encima de sus hombros. Estaba sola en la calle, pero cada tanto sentía como una presencia que venía detrás de ella. Estaba a media cuadra de llegar a Plaza de Mayo cuando una brisa fría le revolvió el cabello en la nuca. Su cuerpo padeció un escalofrío perturbador. Se detuvo. Miró para ambos lados y no vio a nadie. Empezó a sentir miedo, su corazón latía fuerte, todavía le quedaba cruzar toda la plaza y caminar dos cuadras por Balcarce, para llegar a su departamento, donde hacía unos meses se había mudado sola con su gato.

Continuó con sus pasos, ahora ligeros porque la presencia era aún más fuerte, lo sentía cada vez más cerca, tenía miedo de voltearse, se quitó los zapatos para poder caminar descalza más rápido, pero apenas se volvió a erguir, la tomaron por la espalda, con un brazo la envolvió por la cintura, mientras que con la otra le tapó la boca. Fue todo en movimientos repentinos, la arrastró sin que ella pudiera hacer nada. No podía gritar ni defenderse, era llevada con una velocidad inusual, y de pronto, desapareció cayendo en una alcantarilla de hierro destapada. 

En el suelo a oscuras, apenas tuvo unos segundos para escuchar el chillido de las ratas y agua que vertía de un caño. Estaba toda dolorida, lloraba de angustia y miedo, sintió una respiración fuerte pero no podía ver de quien se trataba. Cuando intentó reponerse, en la oscuridad, frente a ella vio una silueta negra que se le abalanzó. Vio su boca abrirse y unos colmillos emergieron de sus labios.

Mercedes no tuvo tiempo de nada, sintió un breve dolor con los colmillos penetrando en la yugular y desvaneció con los ojos abiertos. El vampiro brutalmente bebía del cuello mientras la sangre a borbotones se desparramaba por todo el cuello. Al cabo de unos minutos, lamió hasta la última gota. Pasó su lengua áspera por las lastimaduras aprovechando cada sabor de la mujer que pálida e inmóvil quedó desparramada en el suelo. 

El vampiro con guantes de cuero negro, sacó de adentro de su campera, un arma diminuto, filosa de plata, que brilló en la oscuridad. Comenzó a rajarle la ropa,Le abrió el estómago, y justo sobre donde habían quedado los orificios de los colmillos, rebanó su cuello.

Continuará…